martes, 22 de diciembre de 2009

La espera

Siempre la espero con ansiedad, con el hambre se saber que llegara sin su ropa interior, tan ansiosa de mis manos, de mi boca, como yo de ella.
Ya casi es la hora, ya debería estar aquí, porque no puedo presentir su piel, su olor, la luz con la que ilumina la estancia cuando llega, porque me hace sufrir con sus demoras, tengo que castigarla, recordarle quien manda y quien obedece.
Menos diez, al fin es la hora, que suene el timbre, que me deje saber que esta acá, lista para mí.

[Timbre, menos diez en punto]

- Hola ¿Llegaste bien?
En cada encuentro pregunto lo mismo mientras ella entra y sabe muy bien lo que me gusta.
- Si muy bien.
Y mientras lo hace va directo al rincón donde deja su ropa. Levanta su vestido y allí está sin ropa debajo, exultante para mí. Ya deseo poseerla pero no voy a mostrarle mis deseos de ella, no todavía.
La muy putita pavonea su hermosa piel, mira de reojo la soga con la que voy a transformarla en mi presa, a usarla, a poseerla, a castigarla tan solo por hacerme desearla.

Allí está, de rodillas, con su frente en el piso aguardando mis órdenes, y
así vas a quedarte, ¿por qué no llegaste antes?
Alargo mi mano, siento el calor de su cuerpo, quema, su respiración ya se agito, cómo es que no se aburre de este juego, cómo no se gasta su pasión como sucedió con las otras, definitivamente hoy voy a castigarla.
La levanto del pelo, sé que le duele. No, voy a sucumbir al hechizo de su boca, allí está lista para recibirme, aquí estoy yo listo para aprovecharme de ella, a mi antojo.

Y la penetro porque así lo deseo, levanto su cabeza con una de mis manos y le muestro como la domino sin cuerda, sin ataduras, solo con mi pija, es cuanto necesito para mostrarle quien es el Amo.
Y veo sus ojos perdidos en lo que ven, pero aún más perdidos en el placer, en las sensaciones de su cuerpo, mi piel siente el fuego que se desprende de la de ella, mis oídos se llenan de sus gemidos, mis ojos se pierden en el horizonte que ella encuentra para llegar hasta allí.

Y soy yo quien provoca esto en ella.
Y soy yo quien la hace gemir.
Y soy yo quien hace que su cuerpo arda sin quemarse, que su boca susurre pidiendo más, buscando aire, aferrándose a mis brazos,
agarrándose al placer que le brindo.

Y soy yo quien hoy te iba a castigar, pero tu orgasmo exploto en sonrisas y gracias, en besos y en pedidos de más.
Y te iba a castigar porque no recuerdo que…, sin embargo prefiero perderme en tu piel, en tu olor, en tu risa y en tu cabello que siempre esta alborotado, que siempre delata que tuviste sexo, en tu cara que refleja esa felicidad que produce el placer verdadero.

Y yo, feliz porque tu boca estalla en sensaciones, en intensidades sin explicación, en placeres que llegan a nuevos límites, pero sobre todo en que solo yo te llevo hasta allí, en que solo yo consigo ese placer de tu ser sin fronteras y por el que me agradeces una y mil veces con esa sonrisa picara y tus cabellos revueltos.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Nuestros pecados

Lujuria
Lujuria es la que siente mi piel por la tuya, tu boca por la mía; el tiempo por la cercanía de nuestro encuentro; el espacio, por la proximidad de nuestros cuerpos; el aire, por saber que lo agitaremos en nuestra respiración.
Lujuria es la que siente mi cabello por tus manos; la cama por ser el lugar de nuestros escarceos; el deseo, por la agonía al que lo sometemos.
Lujuria es la que siente mi sexo por el tuyo, el tuyo por el mío, entonces somos la lujuria del mundo y el mundo es nuestra lujuria, sin barreras, sin límites, sin pasado y sin futuro, solo vos y yo.

Gula
Tu boca siempre está ansiosa por la mía, siempre quiere más, hambrienta, viciosa, insaciable. Te esquivo, te mezquino, solo para hacerte enojar, te la entrego dócil, la abro y vos la usas y es mi boca que dejo de ser mía para ser tuya. Y la avasallas con tu lengua, con tus dedos, con tu sexo, la silencias o la haces explotar en gemidos sordos, en palabras que debe repetir, en gracias y en por favores, en risas y en quejidos, en no prohibidos pero que se escapan y que tu gula de ella, acalla.

Avaricia
¿Cómo? preguntas con cada no que se dibuja en mi cara, se escapa de mi boca o que mi cuerpo plasma con su postura. Me retuerzo, suplico pero no te importa, tus deseos son avaros con los míos, -no me importa si no te gusta, respondes.
-Si te gusta mejor, y el segundo que te lleva decir la sentencia es el tiempo que me das para que comience a ejecutar tu orden o atenerme a las consecuencias.
Veo en tu mirada el placer de mi debate interno, en mi rendición al egoísmo de tu dominio, de tus deseos y la avaricia de mi sumisión al placer de tu mirada sobre mi cuerpo.

Pereza
En la base de mi cuello, justo donde los huesos de la clavícula se juntan pero no se unen, se forma un pequeño triángulo. Es un punto de partida, un punto hipnótico desde donde comienza el recorrido de tu mano. Tú mano que toma mi cuello y baja lentamente y tu dedo se cae en ese rincón y tu yema lo acaricia, lo recorre lento. Baja por mi piel, me recorre pero ese dedo, acaricia el surco entre mis pechos, y yo lo sigo con la mirada, y tu mano baja y juguetea y tu boca me besa.
Allí estoy a tu merced hasta que me arrancas un ronroneo y me decís que soy tu gatita y tu mano repite el ritual y toma mi cuello y tu dedo cae en el rincón, ese que se hace donde los huesos de la clavícula se juntan pero no se unen, y sigo con mis ojos como se desplaza hacia abajo, como siempre queda el mismo dedo entre mis pechos y tu mano baja y baja y juguetea y me da pereza moverme, solo mirar, desear, esperar ese momento en que tu mano va a volver a mi cuello y tu dedo recorrerá ese camino que conoce en profundidad y vos me haces ronronear y me repetís una vez más lo divinas que son mis tetas.

Ira
Saña es siempre la palabra que elegís para enardecer los momentos previos a nuestros encuentros. ¿Por qué con saña? Te interrogo asustada, siempre creyente de que la ira se apodere de vos.
Porque si, es tu respuesta simple y contundente.
Y mi miedo que se evapora en la dulzura de tus caricias y la saña queda en un eco apagado de palabras que ahuyentas con el contacto de nuestros cuerpos en ese abrazo eterno en el que me sumergís en la protección de tus brazos, en el calor de tu piel, en el arrullo de tu voz.

Envidia
Veo el brillo en tus ojos, tu sonrisa satisfecha con cada si que articulo, solo son frágiles murmullos que salen de mi boca, consiento el pedido, hago tu placer, pero esa rebeldía que hay en mí te cuestiona, no te importa, siento la desazón de mi propio placer truncado. Tu respuesta a mi reclamos -aprenderás a disfrutar de lo que se te da, cuando se te da y como se te da.

Soberbia
Qué creas que soy tuya, qué yo crea que no lo soy.

sábado, 24 de octubre de 2009

Dar un toque a...

Pensé que a medida se fuese acercando la hora iba a ir poniéndome más y más nerviosa. No me di cuenta hasta que estaba en viaje de regreso a mi casa que los nervios no me habían hecho compañía en la casi hora y media que compartimos de charla ni en el viaje de ida que me acercaba a conocerlo a él en persona.
Allí me esperaba en la mesa contra la ventana en el bar de la esquina, no hizo falta una flor roja o libro alguno, aún sin entrar él sabía que era yo y lo mismo me sucedió a mí. Lo vi sonreírme y sé que devolví la sonrisa con una mueca de mi boca.
Entre, nos saludamos con un beso en la mejilla y él coloco su mano en mi espalda, la caricia que hizo sobre el paño de mi abrigo, ese gesto de bienvenida familiar que asemeja el reencuentro con un viejo amigo más que con un desconocido.
Él ya tenía dispuesto el pedido y en la mesa había una botella de vino tinto, dos copas y algo para comer, afuera hacía frío y yo había llegado con el viento en mis espaldas. Me quite el abrigo y él espero a que lo acomodase en la silla y a que me siente para poder hacerlo él.
Había elegido dejarme a mí de espaldas a la puerta y al movimiento de otros comensales en el bar, tomando él el lugar de control visual. Hablamos de muchas cosas y de ninguna en particular, de la bici colorada de una chica que por allí paso, de historias viejas, de mudanzas y hojas de otoño.
La velada transcurrió sin sobresaltos, calmada, con muchas risas, sorprendiéndonos mutuamente, acortando distancias entre ambos. La tiranía del tiempo hizo su entrada en escena marcando la hora en que el encuentro llegaba a su fin.
Caballerosamente me ayudo con mi abrigo, salimos al frío de la calle y como si fuese una niña me tomo del brazo, por el codo, sentí su mano toda asiendo mi antebrazo con firmeza, los cuerpos quedaron en esa fricción de telas que se genera en un espacio muy pequeño y se carga de una energía peculiar. Llegamos donde yo iba a tomar el transporte hasta mi hogar y allí aguardamos. Él acortando el espacio a lo alto, bajo el cordón de la vereda, me miro a los ojos, su mano derecha estaba en el lóbulo de mi oreja y me beso sin soltarlo. Nos separamos, volvió a mirarme, paso su mano por mi nuca, tomó mi cabello sin tirar sin hacer fuerza; nada, solo me tomo de él, me dijo que creía que íbamos a llevarnos muy bien, me volvió a besar, sentí su dedos a la altura de cintura. Me di cuenta que había permanecido con mis brazos inertes al costado de mi cuerpo sin hacer mucho solo devolviendo el beso.
Llego mi colectivo, nos despedimos una vez más, ocupe un asiento, puse música en mi mp4 y viaje en su compañía con la cabeza llena de pensamientos encontrados sobre no solo lo que había sucedido en el encuentro sino en cómo se había dado las cosas desde aquel primer toque virtual hasta las charlas accidentadas por el chat del Facebook, situación a la que me resistía en un primer momento.
Me impresiono darme cuenta que muchas cosas habían perdido su consistencia, su espesor, su razón, que no comprendía o no podía recordar cuanto llevábamos en ese juego previo ni podía decir con certeza que era lo que había roto otra barrera y me había conducido a ese primer encuentro, durante el cual quedo establecido que habría al menos otro y que ese no iba a ser una charla de bar sino que su fin era el sexo.
Era una nueva instancia, una nueva prueba para ambos pero solo podía pensar en mí y en lo que significaba para mí. Los días pasaron con la cadencia del cambio de las estaciones, llego el martes y con él nuevamente la comunicación por chat.
Un vacio extraño y conocido se apodera de la boca de mi estomago al ver que está conectado, la charla comienza con los clásicos como estas o si llegue bien a mi casa, todo según las pautas para que el dialogo comience a fluir, respuesta ya inserta por inercia en la yema de los dedos en su caricia al teclado de la computadora.
Conversación ligera que va espesándose y culmina en la confirmación de la cita del jueves. El jueves renueva el contacto virtual hasta la caída del sol. Me veo saliendo de la oficina, apurando el paso, deslizándome hacia un vacio que no reconozco pero que me llama, mi dedo en el timbre, el chirrido que indica que puedo abrir la puerta, los nervios que hoy si están conmigo, la puerta del departamento que se abre para recibirme, su boca que se lanza a la mía, sus manos que se apropian nuevamente de mi cabello, con la misma delicadeza de la semana anterior, la repentina separación de los cuerpos, la orden clara y concisa: -sácate la ropa.
La inspección de mis curvas con sus dedos, nuevamente su mano asiendo mi cabello, con fuerza ahora, sintiendo como me obliga a arrodillarme, como llena mi boca, como sin soltarme y sin hablar, marca el ritmo que desea, como apenas adelanta su cuerpo para dejarme sin aire. Las ordenes no precisan de palabras, como marioneta me maneja de los hilos que conforma mi pelo, me levanta, me besa nuevamente, me acaricia, besa mis hombros, me pone frente a él, se acuesta y me va llevando, me acomodo encima de su cuerpo, baja mi cabeza hasta él y me besa otra vez con una intensidad que comienza a ser familiar, deseable.
Me penetra con una mezcla de lujuria, enojo y poder al que me resultaba imposible resistirme. No pude elegir ninguna de las instancias que acontecieron en esa cama, absolutamente todo transcurrió como él eligió, como él lo dispuso, yo sencillamente obedecí, no solo con mis actos sino con cada uno de los orgasmos que él arranco de mí. Elegí volver jueves tras jueves, a someterme a sus deseos, que con el transcurso de las semanas son más y cada vez más desafiantes para mí.
Y con cada pedido no puedo dejar de pensar: -qué hubiese pasado si nunca hubiese devuelto ese toque a…

domingo, 4 de octubre de 2009

Hechizo

Se sintió ese ruido tan particular que hace el corcho cuando sale del cuello de la botella. La destreza de tus manos para la operación, precisas e intuitivas, conocedoras y prácticas.
El vino en las copas; de fondo Little Wing en las cuerdas de Jimi Hendrix; las luces tenues pero suficientes para no perdernos de vista; sin confusiones; sin adivinanzas, puro disfrute.
Invitación maliciosa y placentera, piel y perfume. Las bocas ocupadas la una en la otra; tu calor unido al mío; los cuerpos juntos; las respiraciones mezcladas pero igualmente alteradas por la proximidad.
Tus manos inquietas y ansiosas, cómo explorador en territorio nuevo pero conocedor de la naturaleza, intrépido en tus recorridos; curioso y demandante, al tiempo que generas en mi cuerpo un placer sin fin.
Implacable en tus arrebatos, pasional y animal, dulce y perfecto. Así transcurren las horas, la música que va variando, con un ritmo acorde al momento que parece, casi calculado.
Ceremonia compartida por cientos a lo largo del universo, respiraciones entrecortadas en otras camas, corazones palpitantes en el piso de arriba, jadeos y susurros que oyen miles de oídos, cuerpos envueltos en placer absoluto, vivido con igual intensidad a lo largo de la historia del hombre mismo.
Así en ese arrebato de cientos de pieles sudorosas y hambrientas del cuerpo del otro, con la memoria inscripta en nuestras pieles de deseos de otras vidas, los satisfechos y los insatisfechos, de esa forma nos lanzamos a reconocernos, a conocernos una y otra vez, cuidando instintivamente la magia de la sorpresa, del estremecimiento por el simple contacto de las pieles.
Mis manos te recorrían sin cansarse de conocerte, de sentir el placer del calor, tu perfume, tus gemidos en mi oído, el calor de tu aliento en mi mejilla, tus dedos resbalando en la humedad de mi sexo. Tu sexo duro contra mi pelvis, desafiando al tiempo, a la resistencia natural de tu propio ser.
Yo lista para recibirte, casi en agonía, en la dulce agonía de saber lo que me aguarda y saber que cada vez es diferente, es más intenso, más fuerte, que mi entrega es más pura, que cada vez soy más tuya, casi que en esos momentos somos uno solo sin dejar de ser cada uno. Nos envuelve el vapor que hemos generado, te siento dentro de mí, tu ímpetu, tus ganas, veo a través de tus ojos, escucho con tus oídos, mi piel es la tuya, tus ganas y tus ansias son las mías y de pronto veo que tus ojos son los míos al igual que tus oídos, tu piel, tus ganas y tus ansias.
Con los espíritus mezclados, con el tiempo detenido, con el espacio lleno de vacío y el vacio lleno de nosotros, dejamos que las respiración vuelva a ritmo, que cada uno aspire su aire, que el corazón deje de galopar en nuestros pechos para volver al paso conocido, siento tu cansancio imbuido en el mío, tu cabeza en mi pecho, mis brazos acunándote, el arrullo de tus besos en mis pechos, la caricia suave de tu rostro en mi piel.
Y con las notas de Love for sale saliendo de la trompeta de Cole Porter nos vamos dejando arrastrar por el sueño, ese que deja una sonrisa en nuestros labios, que repara ese cansancio extraño que produce el placer, con las pieles aún afiebradas, mi cabello revuelto en la almohada y los cuerpos destinados a otros encuentros en tanto perdure el hechizo que los unió.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Un día inolvidable

Imaginaba cada detalle, cada movimiento de sus manos, escucha las palabras que diría, el tomo que usaría. Eligió con sumo cuidado lo que vestiría, uso toda la mañana de sábado para asegurase que atuendo resaltaría sus pechos, que afinaría sus caderas, que zapatos la dejarían más cerca de su boca.
Eligió el tono de su esmalte, se depilo con precisión quirúrgica, tomo el baño perfecto, cubrió su piel de crema, dejo que su tenue perfume la embriagase, seco el cabello con cuidado, armo sus bucles y mientras se secaban pinto sus uñas: manos y pies. Completo todos los pasos necesarios incluido el maquillaje así como la selección de los objetos más necesarios para que quepan en su pequeño bolso de mano.
Se paro frente al espejo, se estudio con detenimiento, escudriño con ojo de halcón y no hallo ni una pelusa, pestaña o brizna de polvo que opaque la imagen que le devolvía el espejo.

No muy lejos de allí se desarrollaba la misma escena, él se miraba la afeitada de publicidad, la camisa celeste que hacía que sus ojos resalten aún más, el toque de perfume algo picante y masculino que usaba para esas ocasiones.
Chequeo que sus uñas estén limpias como siempre, que su calzado no muestre huellas indeseables, controlo que no falte ningún botón, billetera, pañuelo, llaves, celular en vibrador y por último tomo un sweater al tono para abrigarse.
Paso una vez más frente al espejo. Se miro directamente a los ojos; y con la seguridad que lo caracteriza exclamo: - ¡qué puede salir está noche!
Abrió la puerta de su departamento y se lanzo a la aventura. No muy lejos de él, Laura también salía del suyo, ambos con el mismo pensamiento y el mismo deseo puestos en pasar una noche inolvidable.
Se encontraron a la hora de la cita sin demoras de ninguno de los dos. Las reservas en el restaurant estaban hechas a nombre de Miguel. El lugar era muy agradable, en el barrio de moda y con carta de autor como indicaba también el protocolo. La carta de vinos no era lo esperado por él pero no iba a permitir que nada arruine esa noche. Había elogiado el bonito vestido que ella llevaba y saboreado el aroma de su piel cuando se saludaron. Ella se había percatado de lo arreglado de él. Ambos estaban satisfechos y todo seguía la perfección soñada.

La cena transcurrió entre risas y chispas de elocuencia de ambas partes. Ninguno de los dos quiso postre y Miguel creyó que invitarla a caminar por esas calles era buena idea y así lo considero también Laura a pesar de sus tacos. Caminaron acompañados de las últimas brisas del invierno, ella lo tomo del brazo y a él le gusto aquello. Pronto, demasiado pronto se acabo el alumbrado público, caminar era más bien una proeza, en especial para Laura. Miguel se preocupó estaban fuera del límite pero no quería parecer un cobarde o alarmista. Laura pensó en que llevaba en su cartera la tarjeta de crédito y los documentos y en lo complicado que sería tramitar todo otra vez. Con calma contenida ambos casi al unísono giraron en la esquina siguiente buscando la luz. Solo unas pocas cuadras y estaban nuevamente en la burbuja de los bares y restaurantes.

Con una sonrisa arrebatadora Miguel sugirió tomar un café, Laura asintió y levanto la cabeza para elegir bar pero él le gano de mano y detuvo un taxi, mientras le comunicaba lo rico que le salía a él ya que el secreto, le decía a Laura mientras le indicaba al chofer la dirección de su departamento, está en ponerle una cucharada de cacao amargo. Laura estaba no tanto nerviosa como alborotada, esperaba que las cosas se diesen exactamente como estaban sucediendo y se alegro por su suerte. Miguel le tomo las manos y la miro con esa cara de cachorros que solo los hombres consiguen poner.

Ya estaban en la puerta del edificio, bajaron del vehículo, ambos conteniendo esa tensión sexual que ambos venían experimentando, él contando hasta cien para sus adentros para no arrancarle la ropa, ella pensando en si había cerrado el gas para no arrojarse en sus brazos. Entraron a la estancia, él se apresuro en ir a la cocina y le dijo que se acomodase. Laura ofreció ayuda pero Miguel le dijo que no era necesario. Ella aprovecho para mirar a su alrededor. Se encontró en un sitio cómodo y confortable que hablaba mucho de su dueño, ordenado y limpio, y volvió a alegrarse de lo bien que iba todo. En la cocina, por su parte, Miguel preparaba el café con una sonrisa infantil que ocupaba todo su rostro.

Llego muy pronto con los dos cafés, le ofreció uno a Laura y se sentaron en el sillón, ella lo miro y le dijo lo bien que olía la bebida. Esa fue la señal que desato a la bestia, tomo el pocillo de Laura nuevamente, lo dejo torpemente en la mesa que estaba frente al sillón y al volverse se encontró con que Laura lo beso de sorpresa. Lo había adivinado y se adelanto. Se besaron como los adolescentes en el sillón explorando el cuerpo del otro con manos inquietas y torpes al mismo tiempo. Miguel le quieto el vestido a Laura y ella desabrocho la camisa de él, volvieron a los besos. Él intentaba desabrochar el soutien de ella pero esté parecía dispuesto a pelear la posesión de los pechos de su dueña, sin ceder a la voluntad de sus dedos.

Laura sonriente desabrocho ella misma la prenda dejando que él se la quite. Miguel se puso de pie y tomándola de la mano la condujo a la habitación. Allí comenzaron donde habían dejado, en esos besos frenéticos y manos traviesas. Ella desabrocho el pantalón, él se quito la camisa y los zapatos, las medias, ella lo aguardaba ansiosa, lamiendo sus labios. La tensión había aumentado y ambos estaban listos, él ya encima de ella iba a penetrarla cuando Laura le preguntó si tenía el profiláctico a mano. Como baldazo de agua fría, Miguel se dio cuenta que nunca lo había sacado, se dio cuenta casi con desesperación que no había comprado. Se expendió hasta llegar al cajón de la mesa de noche donde siempre guardaba, y nada, no había ni uno.

Laura vio su cara y le dijo que no se aflija, fue por su cartera y busco en ella, nada tampoco. ¡Cómo era posible si ella los había separado para llevarlos! Siempre tenía en su cartera. ¡Por qué había elegido ese bolso tan pequeño en el que no entraba nada! -Podemos comprar dijo con risa nervosa, ¿algún Kiosco por acá, estación de servicio, farmacia de turno, un Farmacity, no hay un Farmacity por acá?
Él la miro con la frustración de una noche que se le esfumaba, había estado en la farmacia en la mañana. De pronto, salió como si recordase que la casa estaba en llamas, fue hasta el baño, revolvió y reclinado sobre el marco de la puerta extendió frente a los ojos de Laura la caja de la cual como guirnalda muy corta, corrieron los tres profilácticos. Ella como si hubiese visto el truco de magia más asombroso del mundo festejo con pequeños aplausos aquella milagrosa aparición.

El león retomo el poder de su cubil y tuvieron ese sexo apurado, intenso, que deja esa promesa de más. Se relajaron, él ahora podía disfrutar de su piel, de la curva de sus hombros, de su cabello desplegado en las almohadas. Laura busco acomodarse contra él pero el grito de dolor le ganó. Un mechón había quedado bajo el brazo de él y al levantarse el tirón fue fuerte, Miguel se disculpaba y ella le decía que estaba todo bien. Volvieron a acomodar los cuerpos, extremando los cuidados tanto que Laura termino pegándole un codazo a Miguel en las costillas. Las disculpas ahora estaban en boca de ella.

Mientras que intentaban acomodarse sin incidentes, ambos se prometían el mejor sexo del mundo, se acurrucaron y se arrullaron, Laura intentaba estar lo más quieta que podía para no romper el hechizo. Pronto se dio cuenta que la respiración de Miguel era calmada, profunda y con un pequeño silbido. ¡Estaba dormido!
Laura no podía creerlo, las promesas de sexo salvaje y desenfrenado que habían mantenido el calor en esa cama hasta hacia unos momentos atrás se escapaban con cada exhalación que salía de la boca de Miguel. Ahí atrapada entre los brazos de ese hombre Laura se preguntaba si aquello había valido la pena, ¡se había dormido! Como buena mujer que era paso de pensar que ella no le gustaba a que él se había aburrido con ella y un sinfín de instancias más que eran insostenibles e inconsistentes.

Encismada como estaba en lamentar aquel día, con los primeros atisbos de sol que entraba por las persianas, despierta y desvelada como estaba se encontró con los besos de Miguel que caían como cascada por su espalda, con sus manos que la recorrían con seguridad, la ausencia del silbido en la respiración, el ritmo entrecortado, la precisión de las maniobras, las amenazas sexuales que empezaba a oír de boca de Miguel, su propia risa al ver como la cabeza de él emergía del medio de sus piernas. Sin dejar de reír y esperando que él la mira para cerciorarse que iba por buen camino le dijo: - un día inolvidable, no?
Y miguel le respondió: - No, perfecto

domingo, 13 de septiembre de 2009

Me gusta cuando tus dedos se detienen en mi sexo,
cuando lo recorres con tus yemas, despacio,
tan despacio que por momentos ella parece no moverse.
Me gusta cuando nada te apresura,
cuando nada altera el ritmo que elegís.
Me gusta tu piel pegada a la mía, tu proximidad,
el peso de tu cuerpo sobre el mío.
Me gusta como detenes el tiempo, como inmovilizas el aire,
tanto a veces, que no alcanza para que respire,
porque el juego de tus dedos
altera mi respiración,
en tanto que tus besos me sostienen.
Me gusta cuando tus dedos dibujan caminos nuevos
aún sabiendo que todos acaban en el mismo lugar.
Me gusta cuando al oído me decís que soy tu juguete preferido
y volves a elegir jugar conmigo.
Me gusta cuando tus dedos entran inquietos como explorador en tierras nuevas
y tú pulgar juega con mi clítoris,
como lo haces dar círculos haciendo que lo que lo desee más y más…
Me gusta el olor de tu piel en especial cuando impregna la mía,
tu lengua que adelanta la conquista, tus reclamos,
tus caprichos y tus deseos.
Me gusta el juego de tus dedos tanto como me gusta tu boca
que susurra y me besa.
Me gusta cuando me transformas en el centro del universo
y todo gira a mí alrededor,
pero me gusta saber que es tu voluntad quien lo maneja a su antojo.
Me gustan cuando arrancas sonidos de mis labios,
porque me transformaste en el instrumento
de tus pasiones.
Me gusta cuando me dibujas,
porque nunca dibujas nada que no sea yo.
Me gusta cuando sencillamente me rindo a tus manos,
a tu boca, a tu piel,
a tu ser.
Me gusta ser para no dejar de ser,
el aliento, el aire y el gemido
que te acompaña y te da placer.

domingo, 30 de agosto de 2009

Sofía

Sofía esperaba ansiosa que el reloj de su celular sonase diciendo que eran las 20 hs., significaba que ella podía salir al encuentro de Helena. Llevaba mucho tiempo sin verla, desde aquella noche en su departamento, llego a pensar que no la vería nunca más. Sin embargo, aquella mañana cuando sonó el teléfono y lo atendió sin fijarse quién era, sintió como se le había detenido el corazón ante la sorpresa de escuchar la voz de Helena al otro lado de la línea.
Helena había llegado el fin de semana de un congreso en Costa Rica, viaje que alargó esperando poder descansar en aquel país unos días, esas vacaciones que se prometía y nunca concretaba. El viaje se había transformado en una excusa perfecta para evitar con delicadeza a Sofía, aún no podía creer que ella hubiese tenido sexo con ella.
Se había jurado no volver a verla ni hablar del tema pero después de las corridas de los compromisos laborales no conseguía quitarla de su cabeza. No dejaba de ver su boca o sus inmensos ojos verdes y reprimía todos los impulsos que sentía por llamarla o aunque más no sea enviarle un mail.
Helena era una mujer solitaria, le gustaba su casa, sus libros y su música. Ella tenía toda la compañía que necesitaba, los clásicos que la comprendían siempre en todas sus derivas existencialistas, los autores latinoamericanos que mantenían viva su sangre revolucionaria, los malditos que despertaban sensaciones dormidas. Una larga lista de exploradores, magos, brujos, animales fantásticos y hombres y mujeres atormentados, felices o que desfallecían de amor, enfermedades exóticas o en mares que estaban invariablemente donde el mundo da la vuelta. Todos y cada uno de ellos estaban siempre presentes para ella, para consolarla o alegrarla. No se planteaba, hacía mucho tiempo ya, incluir a otras personas en su vida. No es que no tuviese conocidos o amigos pero la intimidad de sus días era algo que ya no compartía.
Llego a Buenos Aires después de disfrutar de la maravillosa exuberancia del paisaje de Costa Rica, su vegetación, sus playas, hasta el sol se sentía diferente y a pesar de haber disfrutado de cada instante no hubo uno donde no pensase que quizás con Sofía el disfrute hubiese sido diferente, no solo mejor, sino más intenso. Su esbelto cuerpo al sol, su piel dorada a la hoja por el astro, su cabello mojado, empapado en sal del mar. No podía apartar esas imágenes de su cabeza y así llenas de ella volvió con la firme intensión de llamarla.
Recién el domingo antes del mediodía Helena consiguió juntar las fuerzas y marcar el número de Sofía. Del otro lado una voz suave que tan solo dice - hola y ella responde con otro hola ahogado, pero suficiente para que Sofía la presienta y su voz cambie con matices de alegría que llegan hasta la piel de Helena. Cruzan breves palabras y Helena la invita a cenar, Sofía no le oculta la felicidad que siente de oírla, de saber que la verá.
Helena prepara cena, disfruta de cada detalle para la cena, las flores que alegran el departamento, y cocina con una sonrisa en su rostro que no puede ocultar. La piel le brilla por el broceado, el sol la había tratado bien a pesar de lo blanco de su piel. Estaba todo listo, hasta se dejo a mano un regalo que le había comprado a Sofía. Era un collar bellísimo que encontró en una pequeña feria de artesanos de Costa Rica, largo, ideal para su fino cuello, ese que ahora la boca de Helena ansiaba besar.
Con una puntualidad que solo podía ser calificada de inglesa sonó el timbre de la puerta, ni un minuto antes ni uno después del acordado, allí estaba ella con una botella de champagne en entre sus manos.
Helena toco su cabello nerviosa, giro las llaves, se pregunto una vez más que estaba haciendo y abrió la puerta. Tan derecha, tan bella, tan radiante, así se presentaba frente a sus ojos Sofía, llena de juventud sin preguntas, sin reproches, tan solo con una alegría incontenible, llena de una fragancia fresca y floral la misma que quedo en la piel de Helena después del largo abrazo con el que Sofía se consoló y agradeció la invitación.
La casa de Helena era pequeña pero increíble, bibliotecas abarrotadas de libros en todas las paredes, un ventanal que daban a un cuadrado verde con un pequeñísimo estanque contra la medianera donde Helena cuidaba con gran esmero flores de loto y nenúfares. Todo era perfecto a los ojos de Sofía, más de lo que ella había imaginado. Se volvió para mirarla una vez más, - ¿por qué tardaste tanto en llamarme? Te extrañe horrores, le dijo sin vacilaciones o miedos.
Llevaba un vestido verde como sus ojos, sencillo de esos que se anudan detrás del cuello y dejan la piel de la espalda libre a la imaginación de quien la profese. Zapatos bajos, Sofía no necesitaba de tacos. Helena en cambio llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca bordada otra de sus adquisiciones en Costa Rica. Llevaba el pelo recogido como siempre. No supo que responderle a Sofía y ella no la reclamo, se acerco a Helena que parecía no poder quedarse quieta arreglando lo que ya estaba perfecto. Ambas se encontraron en la mirada, Sofía alargó su mano y acarició la mejilla de Helena, la rodeo por el cuello y por su talle y la beso con intensidad. Recorrió su cuerpo con sus manos, soltó su cabello, tomo los brazos inertes y temblorosos de Helena e hizo que la rodease con ellos. Basto con sentir la piel de Sofía para que en Helena despierte a la pasión una vez más, acarició su espalda, su cuello, su rostro, la besaba y parecía que nunca se cansaría de hacerlo. Desato el nudo que sostenía el vestido dejando los pequeños pechos de Sofía libres de la tela que los envolvía. Los beso con ternura, los lamió con lujuria, los mordió con perversión. Escucho el quejido ahogado de Sofía pero ninguno de los dos cuerpos se movió, Helena hacía y Sofía la dejaba, se acomodaba a los deseos de las manos de Helena. Allí contra la pared como estaban ambas detenidas, seguían besándose frenéticamente, Helena comenzó a conducirla sin soltarla hasta la cama.
Sobre unas impecables sabanas blancas, Helena termino de quitarle el vestido, contemplo su cuerpo, deseo su cuerpo. Sofía tendió su mano para atraerla a la cama, cambiaron los roles, era ahora ella quien desvestía y devoraba el cuerpo de la otra. Se acomodaron instintivamente cada una en el sexo de la otra, cada una lamía, besaba y mordía el clítoris de la otra, cada una bebía sin detenerse la ambrosía de la otra, ambas gemían de placer, ambas se atrapaban entre sus piernas, entre sus brazos. Una madeja de manos, brazos, piernas, cuerpos, una pasión irrefrenable, el sol que también estaba presente en la piel de Helena, las flores en el perfume de Sofía, todo era embriagador, era otro espacio, era otro tiempo, era el tiempo de ellas.

sábado, 22 de agosto de 2009

Besos en la frente

No podía dormir, el fuego interno me abrasaba sin piedad, el fuego externo lamía mi piel. El recuerdo de las manos de mi Amo perduraba en mí. Él, sin embargo, dormía plácidamente, el verdadero descanso del guerrero que se hacía latente en esa cama de sabanas revueltas con olor a sexo.
Su pecho se movía pausadamente, marcando la profundidad de su descanso, me gustaba verlo, devorarlo con la mirada y sobre todo desearlo. Estaba boca arriba uno de sus brazos debajo de su fuerte torso, las piernas levemente separadas y su otro brazo extendido a lo largo de su cuerpo, su cabeza de lado, me miraba sin mirarme.
A un costado de la cama, sobre el pequeño sillón del cuarto, las sogas que él había usado conmigo el día anterior. No sé qué extraño impulso, o que deseo me invadió que de pronto me encontré tomándolas, en perfecto silencio, para usarlas con mí Amo.
Tome una y con mucho cuidado me arrodille en el costado de la cama. Deslicé la soga por debajo de su muñeca, la hice correr no mucho di varias vueltas con ella, un lazo sencillo y sin ajustarla la pase por el tirante de la cama, le di dos vueltas y con el extremo contrario repetí la operación con su tobillo. Terminado tan solo hice un nudo de una sola vuelta, tan solo para mantenerla sujeta. Tome otra de las sogas y repetí la operación con su otro tobillo. Un calor intenso invadía mi cuerpo, solo podía percibir el deseo que tenía de él, de su piel contra la mía, de su gozo producto de mi cuerpo.
El brazo que tenía debajo de su cuerpo se había transformado en un pequeño escollo, el cual decidí solucionarlo sencillamente pasando la atadura a la altura de su codo. No tenía la intención de inmovilizarlo, solo deseaba la sensación de poseerlo a mi antojo. No quería sentir poder ni dominio, quería hacerle sentir mi entrega total, manifestar físicamente mi adoración a su ser.
No podía pensar como tomaría él todo lo que estaba haciendo. Me justificaba mentalmente que todo era mostrarle que su placer era mi prioridad, sin él yo no podía experimentar el mío. Pero era consciente de mi egoísmo, deseaba todo el éxtasis que me producía ser de mi Amo.
Acabada mi discusión interna y las ataduras me situé en los pies de la cama, pero sin subir a ella, en cuclillas, con las manos apoyadas en el tirante, rocé con mis labios los pies de mi Amo, fui subiendo por sus piernas, al tiempo que iba incorporándome. Mis manos iban avanzando al igual que mi boca sobre su piel. Apoyada en la cama, las palmas sobre ella, los brazos flexionados, mi cuerpo iba cubriendo el de él. No despegue mi boca de su carne, iba ganado terreno, escuchaba como sus gemidos crecían en intensidad, sabía que ya había descubierto que estaba atado, pero nada dijo, sentía como se iba entregando a mi juego acomodándose para recibir aún más.
Estaba yo entre sus piernas, mis manos cada una en sendos costados de ellas, mis rodillas sobre el colchón, mi boca en su sexo, su sexo en mi boca, su ser entregado a mí y yo toda suya porque esa es la única forma en que consigo ser.
Lo lamía despacio, disfrutando su sabor, en círculos solo la cabeza, le pasaba la lengua, me erguí un poco y lo tome con una de mis manos acariciándolo con toda ella. Mi boca y mi mano trabajaban lentamente, sabía que era agónico pero deseaba tanto que aquello durase mucho. Me llenaba la boca, lo sacaba y lo lamía otra vez. Su turgencia no se hizo esperar, allí estaba, casi podría decirse que altivo, deseable y deseoso. Empeñada como estaba en complacerlo, lo coloque entre mis pechos, los tome entre mis manos y así lo mantenía allí al calor de mi cuerpo, me movía arriba y abajo sin que se salga de su prisión. Lo sostuve nuevamente con una de mis manos, duro como estaba, y acaricie mis pezones con él, los golpee con él, tal como mi Amo suele hacer conmigo.
Sentí, no solo como todo su cuerpo se despertaba, sino como se irguió, lo duro que se puso, más rico y jugoso. Lamía mis propios labios para no perder nada del delicado sabor que me ofrecía. Pase la lengua por sus huevos, detrás de ellos, besaba sus muslos, lo hacía desear mi boca. Esperaba su queja, su orden: nunca llego, solo sus gemidos, solo su cuerpo acomodándose para recibir más, no deseaba que acabase pero moría por sentirlo acabar. Volví a empezar, volví sobre mis pasos, deje de besar sus muslos para lamer su pene, volví a llenar mi boca con él, volví a montarlo con mi boca para sentirlo estallar en ella.
Mi vientre estaba contraído, mi sexo en llamas húmedas, mi respiración totalmente agitada, mi boca llena de mi Amo tan llena que sentí como su leche comenzaba a resbalar por mi garganta, tibia; espesa; mía, mis ojos fijos en su rostro para gozar de verlo gozar. El orgasmo que exploto en mi cuerpo fue intenso, erizo los finos vellos de mis brazos, me produjo un espasmo muy fuerte en mi vientre, sentía como el hilo de mi propio jugo corría por mi pierna. Entre en una agonía total, ambos habíamos acabado, yo me sentía radiante, satisfecha, me sentía tan suya. Él me tomo entre sus brazos, que sin el menos esfuerzo había soltado mis inexpertas ligaduras, tímida pero sin poder ocultar mi felicidad le pregunte si estaba enojado.
Se sonrió bello y generoso como es, me abrazo con una ternura embriagadora, me acuno en ellos, me envolvió en sus largas piernas, mi cabeza estaba sobre su pecho, y sin dejar de acunarme ni de sonreír me beso en la frente. Se acostó y yo con él así atrapada en las mejores ligaduras las de su cuerpo, y mientras me acariciaba el cabello y me arrullaba me dormí feliz, y él volvía a besarme en la frente.

domingo, 9 de agosto de 2009

El comienzo (final)

Me soltó de pronto y salió de mi boca. Me ordeno que me parase y que fuese hasta el escritorio que estaba frente al ventanal.
- Recostate boca arriba, me ordeno.
Obedecí en silencio, él tenía en su mano el extremo de la cadena de la correa que yo llevaba puesta. Me hizo acomodar contra uno de los bordes laterales, los brazos extendidos paralelos a mí cuerpo, las palmas de las manos pegadas a la superficie de vidrio, las piernas flexionadas y los pies apoyados en el borde.
Mi Amo rodeo el mueble quedando de frente a mí y me fue imposible adivinar que iba a darme una fuerte palmada en sobre la vagina. Hizo que juntase la las piernas, con las rodillas pegadas y que las extendiese hacia arriba y sin tener la menor idea de donde la había sacado, comenzó a golpearme con una especie de fusta ancha y flexible que parecía hundirse en mi piel. Quemaba, cada golpe que me daba me recordaba el dolor que alguna vez había sentido al quemarme con la plancha, el roce del calor y el dolor agudo, pero que al mismo tiempo era diferente ya que menguaba rápido.
No podía evitar aullar de dolor así que mi Amo optó por ponerme una mordaza que improviso inmediatamente. Yo tendía a bajar las piernas, así que trabo las muñequeras con una correa de cuero muy corta que tenía sendos ganchos en los extremos e hizo lo mismo con mis tobillos. Ato una soga en cada una de las correas lo que me volvía imposible bajar las piernas, salvo que me sentase, algo que mi Amo no iba a permitir.
El silencio con el que transcurría todo me estaba afectando, era peor que una lluvia de insultos, era como estar suspendida en la nada. Nada que confirmase que sencillamente era una putita que deseaba ser controlada sexualmente por su Amo, una sumisa, algo que jamás admitiría en voz alta.
Yo no podía dejar de pensar, de cuestionarme que hacía allí al tiempo que no deseaba estar en ningún otro sitio. Las contradicciones eran permanentes, los dedos dentro de mi vagina me devolvió a lo que pasaba en la sala, me estaba cogiendo con sus dedos con fuerza, me gustaba mucho aquello, me gusta que me cojan con fuerza, deseaba sentirlo a él dentro de mí. Pero mientras me cogía con una mano con la otra apretaba mis pechos, lo hacía con fuerza y al rato de hacerlo comencé a sentir el dolor que me provocaba.
Sentía que mis tetas se habían hinchado, no era real pero así lo experimentaba, era consecuencia de la presión que él ejercía sobre ellas con sus manos, los pezones estaban además de duros, muy sensibles a todas las maniobras a las que eran sometidos. No me daba tregua, estaba a punto de acabar y se dio cuenta, me dijo que no lo hiciese, inútil su indicación, quería explicarle que podía acabar muchas veces, que me pasaba siempre pero me era imposible con la mordaza.
Mi Amo alternaba sus dedos entre mi ano y mi vagina y no tardo mucho en notar mi facilidad para acabar. Soltó la soga que unía mis manos y mis tobillos, mis piernas casi que cayeron por la gravedad misma, me dolían, dejó que me recuperase mientras encendía un nuevo cigarrillo. Yo no me moví, él se acerco a mí, me miro y mientras me acariciaba las mejillas me preguntó si estaba bien. Asentí con la cabeza y tratando de dibujar una sonrisa ya que me había producido unos orgasmos maravillosos con sus dedos.
Se puso frente a mí y soltó la correa que unía mis tobillos y me ordeno que me bajase. Estaba de pie frente a él y note como mis piernas me traicionaban sintiéndolas flojas un largo instante. Soltó también mis manos solo que me ordeno que las pusiese en mi espalda y volvió a sujetarlas con la correa a la altura de las muñecas. Apago su cigarrillo y ya con las manos libres tomo con cada una de ellas una de mis tetas y las apretó con fuerza, soltó la derecha y le pego como si me diese un cachetazo y volvió a sujetarla con fuerza. Dejo que sus manos resbalasen hasta mis pezones y los jalo fuerte hacia él. Apoyo su palma completa en ellos y los aplastaba los atrapaba entre sus dedos abiertos como tijeras y los apretaba con fuerza. Me dolían, jamás me habían dolido así, era un dolor que me recorría todo el cuerpo y que me mantenía tensa frente a él. Seguía amordazada por lo que mis gemidos eras tenues por más que deseaba hacerlos fuertes, gritaba pero no servía de mucho. Me tomo con una de sus manos de la barbilla y me levanto la cara hacía él, me dijo que iba a tener que trabajar mucho si quería convertirme en una buena sumisa.
Me dio vuelta, tiro de la correa para que me acerque nuevamente al escritorio, tiro hacia abajo con ella para que me incline, con su mano en mi espalda me bajo hasta que mi frente quedo apoyada en el vidrio. Me recorrió la espalda con la mano, reviso la atadura de mis muñecas, hizo sonar la punta de la correa contra mi cuerpo dejando una línea roja en mi piel, me abrió más las piernas, sentí el frio de la cadena cuando la apoyo sobre mi espalda. Me ordeno que levantase los talones del piso y que no los bajase, me sujeto de la cintura, trabo sus manos en mi cadera y me penetro por la cola. Yo estaba excitadísima pero lo duro de su miembro me decía que él estaba tanto o más que yo. Me cogió mucho y fuerte, me costaba mantener la posición en especial los talones levantados, sentía sus embates contra mi cuerpo, su fuerza al penetrarme cada vez. No conseguía mantener mi frente contra el vidrio porque me golpeaba, gemía de placer, tenía la boca llena de saliva que se escurría por las comisuras, la tela con la que había improvisado la mordaza estaba empapada. Siguió cogiéndome con fuerza parecía no cansarse, hasta que ambos acabamos.
Describió como su leche resbalaba por mi sexo y goteaba en el suelo. Me levanto con la correa y con la mano sobre uno de mis hombros hizo una suave presión para que me arrodillase y me quitó la mordaza. Obedecí presintiendo lo que deseaba y no me sentía capaz de cumplir.
Mi Amo no dijo nada, sentía su mirada sobre mí, deseaba que se olvidara, casi prefería que volviese a tomarme de las tetas y a retorcerlas. El tiempo se había detenido y las decisiones estaban en mis manos, podía hacerme la tonta esperando que él me diese una orden o actuar complaciéndolo.
Me sorprendí a mi misma inclinándome contra el piso, pasando la lengua donde había goteado la leche de mi Amo. Lo hice a conciencia, lo hice eligiendo hacerlo, sentí la humillación de mi acto en mi cabeza y en mi carne pero también sentí un placer que no podía contener, lamí con ganas, con el culo bien paradito hacia arriba, con las manos atadas en mi espalda, controlada por la correa con la que mi Amo me sometía.
Avance apenas sobre mis rodillas, llegue hasta los pies de mi Amo, y los bese, jamás había hecho nada de lo que había sucedido en aquel departamento, pero en ese momento, en el que mis labios acariciaron la piel de sus pies supe que volvería a hacerlo y que ya no iba a temblarme la mano a la hora de tocar el timbre para ponerme en sus manos para sentir la humillación, posesión y sumisión a la que él me iba a someter.

sábado, 8 de agosto de 2009

El comienzo

Llegue al departamento sabiendo que en el momento que traspasase el umbral el que iba a transformarse en mi Amo iba a humillarme, controlarme y a causarme dolor. La 'B' en la puerta del 4º piso era la última barrera que tenía que franquear si quería experimentar el mundo que estaba explotando en mi cabeza. Toque el timbre y sentí como el temblor corrió por mi brazo hasta llegar a mi mano.
Escuche los pasos y el ruido de la llave al girar, vi como la puerta comenzaba a abrirse y percibí la luz del sol que entraba por las ventanas, esa era la última fracción de segundo que tenía para arrepentirme y correr escaleras abajo. Quedaba en evidencia con él, con mi Amo, pero si me arrepentía en ese instante tampoco habría otras ocasiones porque ya estaría segura que sencillamente no podía con este juego.
La puerta terminó de abrirse y yo no había corrido, estaba parada sobre el felpudo de bienvenida con las manos juntas aferradas a las correas de mi cartera, estática y helada. Trataba de contener todos los sentimientos y sensaciones que experimentaba al mismo tiempo. ¿Por qué deseaba ser humillada? ¿Por qué el dolor, cuál era la razón? No tenía ninguna respuesta, por tonto que resultase esperaba hallar algunas en ese lugar.
Parado frente a mí, mi Amo por las próximas horas me invito a pasar. Cerró la puerta tras mi ingreso, se aproximo y apoyo sus manos en mis hombros, me pregunto con esa sonrisa amable que ya había visto en su rostro en las charlas previas a este encuentro: - ¿estás segura de seguir adelante?
Sin dejar de mirarlo a los ojos asentí con la cabeza.
- Muy bien, respondió él, pero pongamos algo en claro, si pregunto quiero oír respuestas, ¿se entiende?
- Si, entiendo le respondí, más con vergüenza de la situación que por convicción.
- Es un juego, me dijo, un juego donde yo soy quien domina, a vos y a la situación.
- Comprendo, respondí.
Se ubico detrás de mí, y me ayudo a quitarme el abrigo, el que acomodo en el perchero del recibidor, tomo mi cartera y la dejo también allí. Recién entonces me indico suavemente que avanzase hacia el resto de la casa.
- Sé que es difícil, me dijo, pero intenta relajarte lo más que puedas. Y así como al pasar me contó algunos detalles de la decoración del living y del problema que tenía con las plantas del balcón, tonterías en tono gracioso que me hicieron reír y aflojar la tensión.
Cuando volví a mirarlo había dispuesto una silla en una esquina del comedor y me indico que me quitase la ropa. Yo llevaba una camisa blanca y me sugirió que la dejase para el final. Me quite los jeans y los acomode en la silla dándole la espalda, me quite el sweater dejándolo sobre los pantalones, me erguí nuevamente y gire. Iba a desabrochar entonces la camisa y me dijo que comience de abajo hacia arriba. Cuando llegue al último botón antes de desprenderla del todo me indico que me detenga. Se acerco, me miro, sentía su mirada como fuego sobre mi piel, sentí miedo, calor, vértigo, la humillación de ser vista como un objeto al mismo tiempo que experimentaba como mi sexo se despertaba, su débil latido, la humedad que se formaba, el cosquilleo en el vientre y el nacimiento de esa ansia conocido por ser penetrada.
- Termina de quitártela, fueron sus palabras y así lo hice. Tenía los pezones duros, cosa que notó de inmediato, cuando termine de desvestirme mi Amo rozo mi piel con las yemas de sus dedos, con una delicadeza que casi dolió por el placer que me produjo de inmediato.
Vestía de negro, tanto sus pantalones como la camisa y le sentaba de maravilla, zapatos de cuero bien lustrados y todo su aspecto era no solo prolijo sino atractivo por su simpleza. Sus manos grandes y fuertes que en algún momento caerían sobre mi cuerpo marcando mi piel, olía bien, a hombre, a ese hombre que siempre sabe dónde está su norte, su sonrisa era sincera y afable y su mirada penetrante. Tan aguda era la forma en que me miraba que me obligaba a desviar la mía sin lugar a quejas.
Camino hasta el sillón que presidía la sala, mientras que su voz me decía que me arrodille, se sentó y me indico con la mano que fuese hasta él. Apoye mis palmas en el piso y gatee hasta quedar frente a sus piernas. Allí quede esperando su próxima orden, en silencio.
En el brazo del sillón había varias correas y cuerdas que yo no había notado antes. Me puso el collar que tenía una cadena que la remataba un ojal de cuero similar a las correas para perros de ese estilo, abrocho sendas muñequeras las que tenían arandelas como para fijarlas en algún sitio. Paso el ojal de la correa por el brazo del sillón, era claro que aquello era un símbolo ya que no me aferraba de ninguna forma, se levanto y se fue. Yo tenía la cola apoyada sobre mis talones, apoye entonces las manos sobre los muslos con los dedos bien estirados, había leído en algún sitio que es una de las formas de aguardar mostrando sumisión.
Poco me tentaba tanto como darme vuelta y ver que estaba haciendo mi Amo y fue contra esa tentación que tuve que luchar y con toda la incertidumbre que me daba no poder verlo. Cerré los ojos y sin darme cuenta me estaba acunando esperando temerosa lo que seguía. Mi Amo reapareció sin pantalones y sin sus zapatos, llevaba la camisa totalmente abierta, dejando su pecho al descubierto, no se había quitado aún su bóxer también negro.
Volvió a sentarse en el sillón, se inclino un poco y me dijo que pusiese mis manos detrás de mi espalda, que sin levantarme me de vuelta dándole la espalda a él y que me incline hasta que mi frente toque el piso. Exactamente así lo hice.
La excitación que me produjo está sencilla maniobra me sorprendió tanto que por simple reflejo me toque con una de mis manos. El remate de la correa me recordó inmediatamente donde debía tener las manos y la devolví a mí espalda. Inquieta como soy no sabía cómo hacer para dejarlas quietas en una sola postura, si juntas a la altura de las muñecas, con las manos tomándome los antebrazos, sencillamente no lo sabía.
No pareció molestarle mucho mis vacilaciones a mi Amo, quien sencillamente estaba allí sentado con sus pies apoyados sobre mí traste. Escuche el chasquido del encendedor cuando prendió su cigarrillo y comenzaba él a sobarme con ellos, a hurgarme en las partes más intimas de mi cuerpo. Yo no podía dejar de repetirme -¿qué hago acá? Pero sentía como sus pies resbalaban por lo húmedo de mi vagina, estaba totalmente mojada.
Mi Amo me había aclarado en las charlas previas que para saber qué cosas me iban a gustar o no debía experimentarlas antes pero él también debía averiguar cuán duro podía ser conmigo. Yo había estado de acuerdo en esto ya que una de las cosas que buscaba era la incertidumbre de no saber que iba a pasar.
Yo estaba perdida en las sensaciones que me producían los pies de mi Amo, en las aclaraciones preliminares que sonaban en mi cabeza y estaba particularmente perdida en la percepción del tiempo que llevaba en esa posición. Así estaba cuando sentí como él empujaba con sus pies mis rodillas hacia los costados para que abriese más mis piernas.
Se escapo un gemido de incomodidad de mi boca. Las manos de mi Amo estaban abriéndome camino, el pulgar estaba en mi ano y el resto en mi vagina, seguía estudiándome, midiendo mis respuestas y enseguida noto que esto último me gustaba, mi cuerpo respondía enseguida contrayéndose aferrando dentro de mí sus dedos.
Los saco al poco rato dejándome una sensación de vacío e insatisfecha. Me tomo del cabello y me levantó jalándome de él, lo suficiente para introducirme su pene en la boca. Con su mano sostuvo mi cabeza mientras yo lo chupaba, sosteniéndome contra él por momento, y sintiendo yo que me ahogaba.
Él se paro sin soltarme el pelo haciendo que yo me incorpore a la par, pero de rodillas. Tiro mi cabeza un poco hacia atrás y golpeó mi cara con su miembro duro. Volvió a introducirlo en mi boca y manejaba el ritmo con la mano que tenía aferrada a mi cabeza.

sábado, 25 de julio de 2009

Dos palabras

Mariela tenía las manos cruzadas en la espalda, llevaba un sencillo vestido corto, medias hasta la mitad de sus muslos y zapatos de taco muy altos. Su cabello agarrado en una cola que caía sobre su hombro izquierdo. Los pies muy juntos, muy derecha y sus ojos clavados en el suelo. Seguía allí, ya habían pasado unos 40 minutos desde que Fernando le telefonease anunciándole su llegada. Sintió las llaves en la cerradura y sus reflejos la hicieron contraer más sus músculos, simular que no estaba cansada de estar allí haciendo equilibrio sobre sus tacos.
Fernando entro, dejo sus llaves en la mesa del recibidor y se adentro en la casa. Llego al living, se desplomo en el sillón y recién entonces llamo a Mariela. Ella giro sobre sus talones y ya estaba allí en su presencia repitiendo la misma postura. Fernando le ordeno que encendiese el televisor y le alcanzase el control remoto. Lo hizo y con una mano extendida le ofreció el aparato, a cambio, recibió una nueva orden, ponerse de rodillas y cambiar lentamente los canales. Fernando eligió el que trasmitía un partido de futbol pero hizo que Mariela le quitase completamente el volumen, no soportaba al relator y sin dejar de mirar la pantalla le dijo que tenía sed y que estaba cansado.
Ella se levanto en silencio y fue hasta la cocina, tomo un vaso largo que ya estaba en la heladera con una rodaja de limón, abrió una botella de agua tónica y sirvió hasta llenarlo. Lo llevo hasta el living sobre una pequeña fuente redonda. Se acerco nuevamente a Fernando se inclino un poco y con ambas manos sostenía el pedido de costado a él, aguardando que él decidiese tomarlo.
- Estoy cansado, repitió él, al tiempo que asía el vaso. Mariela dejo lo que tenía en la mesa del costado del sillón volvió a arrodillarse frente a Fernando y le quito los zapatos acomodando cada uno de ellos donde no pudiese molestarlo si él se levantaba. Le aflojo la corbata, desabrocho los botones de la camisa, apoyo su cola sobre los talones, cruzo las manos en su espalda y clavo nuevamente la mirada en el piso. Así iba a quedarse hasta que Fernando le indicase otra cosa.
Él miro el partido durante el cual reclamo un sándwich, más bebida y chocolate, al finalizar se levanto y se fue hacia el dormitorio. Mariela se apresto a ordenar el living, apagar el televisor y ya en la cocina mientras terminaba de ordenar sintió que Fernando estaba parado a sus espaldas, sentía la proximidad de su cuerpo.
Acomodo nuevamente el cabello de Mariela sobre su hombro izquierdo, pasó su brazo derecho por su cintura y atrajo hacia él su cuerpo. Beso su cuello sin dejar de abrazarla fuertemente, la mantenía pegada a él. La mano izquierda la paso debajo de su brazo y acariciaba sus pechos, los tomaba en toda su generosidad con su mano y los apretaba con fuerza.
Bajo la mano derecha a su entrepierna mientras le hacía sentir a Mariela lo duro de su miembro. Se había quitado la corbata y la camisa en el dormitorio y llevaba los pantalones desabrochados. Cambio la mano derecha por la izquierda para asirla de la cintura y saco con ella el cinto de las presillas. Le ordeno que pusiese sus manos detrás de la espalda y ella obedeció en silencio. Paso el cinturón por los antebrazos de Mariela y lo ajustó, ya tenía un agujero más hecho donde alcanzaba para mantenerla sujeta, abrió el último cajón de la cocina y de allí saco suficiente cuerda de algodón, le ato las muñecas juntas, le quito la bombacha y hecha un bollo la coloco en su boca. Pasó la cuerda entre sus piernas, tiro de ella y así hizo que la siguiese hasta la cama.
Llegados al dormitorio, Fernando le acaricio la cara con dulzura mientras le preguntaba si ella era su putita. Mariela asintió con la cabeza y se arrodillo frente a él con su cara pegada a su sexo. Fernando volvió a tirar de la cuerda y sintió claramente el gemido ahogado que salía de la boca de Mariela.
La tomo de la barbilla le quito la prenda de la boca y la lleno con su miembro, ella comenzó a chuparla, él cada tanto volvía a tirar de la cuerda mientras le decía que siguiese así. Fernando sentía lo dura y gruesa que estaba, la quito de su boca, volvió a llenarla con su ropa interior y le ordeno que se subiese a la cama, sobre sus rodillas se dejo caer hacia adelante haciendo tope con su cabeza, quería penetrarla por su culito.
La idea de forzar ese agujero que se resistía a él a pesar del tiempo que llevaba cogiéndola lo excitaba. Siempre cerradito, siempre parecía que era la primera vez. Mariela tenía la vagina muy mojada y Fernando uso sus propios jugos para lubricarle el ano. Introdujo uno de sus dedos para abrir el camino aunque sabía que era inútil con ella y tendría que forzar un poco las cosas. Así sucedió, sintió primero su temblor junto al gemido de dolor ahogado por la bombacha y luego cuando ya la habían penetrado sus gemidos, ahora sí de placer. ¡Cuánto le gustaba a ella que la cogiese por el culo! Lo disfrutaba enormente, quizás más que por la vagina.
Arremetió duro pero no acabo, salió y subió a la cama, le saco la mordaza y acabo en la boca de ella. Mariela trago, él dio medio paso hacia atrás y la vio relamerse lentamente disfrutando cada gota que encontraba cerca de su boca. Ella lo miro directo a los ojos con una sonrisa de placer, siempre la hacía gozar a pesar de los juegos, de los tacos tan altos, de las mordazas y las sogas, Fernando la llevaba un poco más allá con sus orgasmos. Siguió mirándolo atenta y sonriente hasta que le dijo: - Gracias Amo...

sábado, 7 de marzo de 2009

Helena

Llevaba varias cuadras siguiéndola, mirando las mismas vidrieras en las que Helena se detenía, adivinando que cosas le habían llamado la atención.Un rato después, Helena llego a un bonito bar con mesas en la acera, eligió una de las que tenían grandes sombrillas para protegerla del sol.y allí se sento. Revolvió en su bolso y saco un libro, lo abrió por la marca y se abandono a la lectura con la tibieza del astro acariciando su piel.

Iba a escoger una mesa cerca de la de ella y desde allí pensar una estrategia para abordarla pero se arrepintió, se acerco a la mesa y con su habitual naturalidad le dijo:

-no es de lo mejor que ha escrito García Márquez, al tiempo que corría la silla y se sentaba.

Helena entre sorprendida y asustada solo atino a decir: -lo sé, pero ya lo empecé y necesito terminarlo.

Un joven muy agraciado se acerco a la mesa, estaba en camino cuando volvió por otro menú para la mesa de Helena. Se acerco y extendió las cartillas en silencio, sintió las dos miradas que lo recorrieron y sintiendo un atisbo de vergüenza. Helena pidió un té verde con una brillante sonrisa, en tanto que su acompañante se limito a pedir un cortado con una clara agresión en su mirada, no tenía ganas de aquella peligrosa competencia.

El camarero se retiro turbado por las diferentes actitudes hacía él. En tanto en la mesa Helena escuchaba los motivos por los que aquel libro no había sido del agrado de su imprevisto interlocutor. Sabía de lo que hablaba y pronto Helena se encontró inmersa en una discusión literaria. Recibieron sus bebidas ya sin prestar atención a quien servía, rieron, acordaron sobre muchos puntos y se sintieron cómodos.

Helena miró su reloj y dijo que debía irse, que la charla le había encantado pero tenía otro compromiso. Vió la decepción en los ojos de Sofía, de pronto la descubrió, esbelta, con su cabello negro brillante bajo los rayos del sol, sus ojos verdes, grandes y ávidos de conocimiento. Vacilo un instante y le dijo: -si no tenes otra cosas que hacer podes acompañarme, quizás te guste, voy a la inauguración de una galería de arte.

Los magníficos ojos de Sofía se iluminaron aún más y con una sonrisa increíble le dijo sencillamente: -me encantaría.

Caminaron juntas, llegaron a la galería y Helena presento a Sofía a sus amigos y conocidos, siempre que la miraba la hallaba mirándola, sonriéndole. -¿Qué hacía allí con ella esa mujercita tan bella? No comprendía. Al terminar el evento, Sofía se acerco a Helena, y le dijo: -ahora me toca a mí invitarte a un lugar.

Helena le agradeció pero dijo que no había obligación de ningún tipo. Sofía la miro nuevamente con aquellos ojos donde parecía que unos se hundía en su magnífica profundidad, sonrío y pregunto. – ¿dónde?, la verdad es que tengo hambre y me gustaría comer algo.

Sofía encantada respondió: -me leíste el pensamiento, quería invitarte a cenar.

Helena accedió y salió con ella. Tomaron un taxi y Sofía indico la dirección. Iban distraídas charlando sobre lo que habían visto, Sofía no dejaba de darle las gracias, aquella era su primera experiencia en una galería y la había disfrutado enormemente.

Llegaron al sitio señalado por Sofía y Helena no vio ningún restaurante en la cuadra. Bajaron y Sofía la tomo de la mano y la condujo a la puerta de un viejo edificio de estilo francés. Seguía sujetándola de la mano y Helena se dejo llevar a través de los tres pisos por escalera. Llegaron a un departamento muy acogedor, Helena enseguida noto que era como Sofía, fresco, agradable, y seguramente de día maravillosamente luminoso. Una gran biblioteca coronaba una de las paredes y hasta allí siguió conduciéndola Sofía. La dejo frente a los anaqueles atestados de libros, diciéndole: -bienvenida a mi reino.

Camino hasta el otro extremo de la habitación donde estaba dispuesta la cocina separada del lugar donde estaba Helena por una simple barra pasa platos. Sofía tomo una botella de vino y la descorcho, dejándola sobre la barra, saco las copas y las dejo junto a la botella. Abrió la heladera y saco varios quesos, fruta seca, tomo pan y jamón. -Espero no te moleste, dijo Sofía, mientras llenaba las copas y señalaba los alimentos listos sobre una tabla.

-No para nada dijo Helena, me encantan los quesos.

-Una biblioteca con volúmenes muy bien escogidos, dijo Helena mientras miraba a Sofía a los ojos y ella sostenía su mirada.

-Gracias respondió, me alegra que te guste. Tomo la tabla y la llevo a la mesa ratona que estaba frente al sillón que descansaba al costado de la biblioteca.

-Acá vamos a estar más cómodas, traes el vino y las copas.

Helena se acerco al sillón con sus manos ocupadas por el pedido de Sofía. Está alargo las manos y tono la botella y su copa. Espero que Helena se sentase a su lado para decirle: -te seguí casi toda la tarde.

-¿Cómo?, dijo Helena ahora si más asustada que sorprendida.

-Te reconocí de inmediato, el año pasado curse el seminario de literatura latinoamericana femenina que dictaste en la facultad, aprendí muchísimo y no sabía cómo volver a contactarte. Leí la mayoría de los libros que recomendaste y me han surgido dudas.

Helena sin esconder el alivio que le producían las palabras de Sofía se disculpo por no reconocerla.

-No te aflijas, dijo Sofía, éramos demasiados. Y mientras decía eso y notando que Helena había bajado la guardia, le rozo con su mano el brazo desnudo, siguió con los dedos hasta su hombro, le tomo el cuello. Helena perdida se encontró nuevamente cuando Sofía la besaba.

Había dejado Sofía su copa en la mesa y la envolvía con ambas manos, la acariciaba, enterraba sus dedos en su cabello. La sostenía entre sus brazos.

Helena se sentía mareada, apabullada, jamás había estado con otra mujer, no sabía cómo actuar. Aparto amablemente a Sofía, la miro a los ojos, una voz interior le decía:-¡qué bella que es!, pero aquello no era una situación que Helena quisiese en su vida.

Sofía la miro también, coloco la palma de su mano sobre su mejilla y con voz muy dulce le dijo: -no te aflijas, está todo bien. Acabadas sus palabras volvió a besarla.

Helena experimentó la electricidad que la recorrió, no entendía que sucedía pero le gustaba el contacto de aquella boca, de esas manos que estaban recorriéndola.

Se incorporo un instante más, adelanto su cuerpo, Sofía se parto sintiéndose vencida. Helena apoyó su copa en la mesa, sonrió y acarició la cara de Sofía, bajo con sus manos por sus pequeños pechos, los tomo con toda su mano, era agradable el contacto, la sensación era nueva y embriagadora. –No sé qué hago, dijo entonces.

-No te preocupes, dijo Sofía, yo te enseño el camino.

Le beso la mano que sostenía sobre su pecho y abrió su camisa para que Helena pusiese verla. Puso sus manos sobre los muslos de ella, se paro y se coloco entre sus piernas. Las abrió con delicadeza, se arrodillo entre ellas y allí comenzó a besarla.

El vestido que llevaba Helena cedió sin problemas, al igual que los pantalones de Sofía.

Ambas estaban desnudas, la cara de Sofía hundida en el sexo de Helena, las manos de Helena hundidas en la cabellera de Sofía.

Sofía jugaba con su lengua en su vagina y Helena gemía de placer. Nuevas puertas se abrían en el mundo de Helena. Sofía hacía y ella la dejaba hacer a placer. No sabía cómo podían invertirse los roles, tan solo dejo que Sofía la guiase.

Se incorporo y parada frente a ella le ofreció su pubis, Helena alargo su mano, acaricio su bello, lo recorrió con sus dedos, sintió su humedad, su latido aún débil, sintió sus propias ganas de hacerse de aquello que se le ofrecía. Mojo sus labios con su lengua y los acerco al sexo de Sofía. Uso su lengua y sus dedos con ella, la sentía estremecerse.

De pronto ambos cuerpos estaban echados en el sillón, en una lucha sin ganadores, sus pieles húmedas, sus bocas lujuriosas, sus manos perdidas en la espesura de la otra.

lunes, 2 de marzo de 2009

Noche de calor

Estaba ella de espaldas, desnuda y profundamente dormida. ¡Hacia tanto calor! Era extraño que no lo escuchase llegar. Retornaba él de una emergencia, la que lo arranco de su lado. Con cuidado de no perturbarla se quedo mirándola desde el umbral de la puerta del dormitorio.
Se quito los zapatos, desabotono su camisa y el pantalón evitando que la hebilla del cinto delatase su presencia. Se quito toda la ropa dejándola hecha un lío sobre la silla, ya tendría tiempo de ordenarla por la mañana.
Se acerco al borde de la cama, como quien asecha a su presa, y dulcemente la destapo, la recorrió con su mirada. Allí estaba ella, tan quieta, tan dormida, solo su respiración producía un leve movimiento en su cuerpo. Se sentó, le corrió el cabello dejando su espalda completamente descubierta. Las piernas de ella apenas separadas lo invitaban a que una de sus manos se deslizara entre por ese corredor que se formaba libre de obstáculos para él y cuya meta era su sexo.
Se acomodo sobre su costado izquierdo, rozo apenas su sexo y sintió el estremecimiento del cuerpo que lentamente se amoldaba a su propio cuerpo, a su mano que elegía las formas.
La acariciaba, subía y bajaba con las yemas de sus dedos sobre esa piel que exhalaba el perfume de un sexo que comienza a encenderse.
Ella seguía los juegos de sus manos con estremecimientos cada vez más profundos y compulsivos a pesar de seguir imbuida en el sopor de su sueño. Él dueño del placer de ella y del propio, gozaba con solo mirarla. La iba abarcando con sus grandes manos, haciéndola girar, jugando entonces con sus pezones hasta sentirlos duros y turgentes. Deseaba que se despierte para hacerle el amor, pero tampoco quería romper el hechizo, era el encantador y su música era el motor de ese cuerpo que se agitaba pleno de excitación.
Pronto sintió las manos de ella en su propia piel, el reclamo de su boca. Salía del sueño pero entraba en otro, él la besaba mientras enterraba los dedos en su cabello, sus lenguas buceaban en la boca del otro. La sujeto con fuerza, mientras que, con la espalda totalmente apoyada en la cama, la colocaba sobre sí.
No dejaba de besarla, en la boca, cuello, hombros, ella experimentaba la atracción que ejercía el cuerpo de ese hombre que allí la tenía atrapada. La gravedad estaba funcionando en esa cama y ellos eran el centro de esa energía.
Sin saber el instante exacto él la había hecho suya, la poseía con fuerza, con un ímpetu embriagador. Se unió a la fiesta de su propio cuerpo, se unió al ritmo que el imprimía con sus manos apresándola desde la cintura. Le susurro cuanto le gustaba.
Se olvido del maldito calor, se deshacía en gotas de sudor que estallaban contra la piel de él, sentía la humedad de su sexo, el semen que la llenaba, sentía el estallido del placer en su propio cuerpo, sintió el estallido del cuerpo de él, sintieron ambos el placer del gozo de los cuerpos, del contacto de poseerse para ser por unos largos instantes uno, tan solo uno.

jueves, 26 de febrero de 2009

El sillón orejón

Ya no oían si llovía. De fondo sonaba la voz de Tom Waits cantando Blue Valantines, dejando un halo de sensualidad creciente en el ambiente. Una vela que aún ardía distraídamente en la mesa, su luz jugaba a través del vino que aún guardaban las copas en su interior.
Ella estaba de rodillas frente a él, contemplaba su rostro lleno de satisfacción. Desde el sillón él la miraba sonriente. Está vez era él quien estaba a su merced. Ella disfrutaba del cambio de roles, se sentía plena en su femineidad, lo había visto gozar con ella.
Es hermoso verlo así pensaba. Buscaba las palabras que pudiesen manifestar lo que sentía en ese instante. Se dejo lleva por la música, después de todo había elegido ese CD entre muchos para compartirlo con él.
La maravillaba como él conseguía que cada vez que estaban juntos, cada una de ellas fuese especial y diferente a la anterior, a pesar de que era la misma piel, el mismo perfume, el mismo cuerpo, pero la palabra tiempo perdía significado cuando estaban juntos.
Ella, desde el almohadón que estaba a los pies del sillón donde él estaba, lo miraba arrobada. No podía dejar de hacerlo, algo extraño y magino le impedía dejar de hacerlo. Fijo su mirada en su boca que aun mantenía la sonrisa. Deseo recordar aquel pasaje de Cortázar.
Se irguió acercándose lentamente a él, coloco la punta de su dedo índice sobre su boca y comenzó a recorrerla. Quería recordar aquellas palabras pero no conseguía articularlas en voz alta.
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si salieran de mano…” Los fragmentos retumbaban es su cabeza pero no podían repetirlos. ¿Cómo era posible? Había leído ese párrafo cientos de veces, “como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…”
Cuántas veces lo había leído, cuántas veces más desde el día en lo que había conocido, “hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara…”
Desde el primer encuentro en aquel sillón orejón ¿no había estado pensando que ese párrafo había sido escrito para él? “Una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara…”
¿No era esa la boca que ella deseaba? ¿No anhelaba sus besos, su roce, sus juegos? “Y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de a que mi mano te dibuja.”
Y allí la respuesta, Cortázar se lo había regalado en sueños y él, tan solo, lo hizo realidad con su magia. ¿No era acaso la página de Rayuela la que ella eligió para guardar el jazmín que él le regalo?