miércoles, 16 de septiembre de 2009

Un día inolvidable

Imaginaba cada detalle, cada movimiento de sus manos, escucha las palabras que diría, el tomo que usaría. Eligió con sumo cuidado lo que vestiría, uso toda la mañana de sábado para asegurase que atuendo resaltaría sus pechos, que afinaría sus caderas, que zapatos la dejarían más cerca de su boca.
Eligió el tono de su esmalte, se depilo con precisión quirúrgica, tomo el baño perfecto, cubrió su piel de crema, dejo que su tenue perfume la embriagase, seco el cabello con cuidado, armo sus bucles y mientras se secaban pinto sus uñas: manos y pies. Completo todos los pasos necesarios incluido el maquillaje así como la selección de los objetos más necesarios para que quepan en su pequeño bolso de mano.
Se paro frente al espejo, se estudio con detenimiento, escudriño con ojo de halcón y no hallo ni una pelusa, pestaña o brizna de polvo que opaque la imagen que le devolvía el espejo.

No muy lejos de allí se desarrollaba la misma escena, él se miraba la afeitada de publicidad, la camisa celeste que hacía que sus ojos resalten aún más, el toque de perfume algo picante y masculino que usaba para esas ocasiones.
Chequeo que sus uñas estén limpias como siempre, que su calzado no muestre huellas indeseables, controlo que no falte ningún botón, billetera, pañuelo, llaves, celular en vibrador y por último tomo un sweater al tono para abrigarse.
Paso una vez más frente al espejo. Se miro directamente a los ojos; y con la seguridad que lo caracteriza exclamo: - ¡qué puede salir está noche!
Abrió la puerta de su departamento y se lanzo a la aventura. No muy lejos de él, Laura también salía del suyo, ambos con el mismo pensamiento y el mismo deseo puestos en pasar una noche inolvidable.
Se encontraron a la hora de la cita sin demoras de ninguno de los dos. Las reservas en el restaurant estaban hechas a nombre de Miguel. El lugar era muy agradable, en el barrio de moda y con carta de autor como indicaba también el protocolo. La carta de vinos no era lo esperado por él pero no iba a permitir que nada arruine esa noche. Había elogiado el bonito vestido que ella llevaba y saboreado el aroma de su piel cuando se saludaron. Ella se había percatado de lo arreglado de él. Ambos estaban satisfechos y todo seguía la perfección soñada.

La cena transcurrió entre risas y chispas de elocuencia de ambas partes. Ninguno de los dos quiso postre y Miguel creyó que invitarla a caminar por esas calles era buena idea y así lo considero también Laura a pesar de sus tacos. Caminaron acompañados de las últimas brisas del invierno, ella lo tomo del brazo y a él le gusto aquello. Pronto, demasiado pronto se acabo el alumbrado público, caminar era más bien una proeza, en especial para Laura. Miguel se preocupó estaban fuera del límite pero no quería parecer un cobarde o alarmista. Laura pensó en que llevaba en su cartera la tarjeta de crédito y los documentos y en lo complicado que sería tramitar todo otra vez. Con calma contenida ambos casi al unísono giraron en la esquina siguiente buscando la luz. Solo unas pocas cuadras y estaban nuevamente en la burbuja de los bares y restaurantes.

Con una sonrisa arrebatadora Miguel sugirió tomar un café, Laura asintió y levanto la cabeza para elegir bar pero él le gano de mano y detuvo un taxi, mientras le comunicaba lo rico que le salía a él ya que el secreto, le decía a Laura mientras le indicaba al chofer la dirección de su departamento, está en ponerle una cucharada de cacao amargo. Laura estaba no tanto nerviosa como alborotada, esperaba que las cosas se diesen exactamente como estaban sucediendo y se alegro por su suerte. Miguel le tomo las manos y la miro con esa cara de cachorros que solo los hombres consiguen poner.

Ya estaban en la puerta del edificio, bajaron del vehículo, ambos conteniendo esa tensión sexual que ambos venían experimentando, él contando hasta cien para sus adentros para no arrancarle la ropa, ella pensando en si había cerrado el gas para no arrojarse en sus brazos. Entraron a la estancia, él se apresuro en ir a la cocina y le dijo que se acomodase. Laura ofreció ayuda pero Miguel le dijo que no era necesario. Ella aprovecho para mirar a su alrededor. Se encontró en un sitio cómodo y confortable que hablaba mucho de su dueño, ordenado y limpio, y volvió a alegrarse de lo bien que iba todo. En la cocina, por su parte, Miguel preparaba el café con una sonrisa infantil que ocupaba todo su rostro.

Llego muy pronto con los dos cafés, le ofreció uno a Laura y se sentaron en el sillón, ella lo miro y le dijo lo bien que olía la bebida. Esa fue la señal que desato a la bestia, tomo el pocillo de Laura nuevamente, lo dejo torpemente en la mesa que estaba frente al sillón y al volverse se encontró con que Laura lo beso de sorpresa. Lo había adivinado y se adelanto. Se besaron como los adolescentes en el sillón explorando el cuerpo del otro con manos inquietas y torpes al mismo tiempo. Miguel le quieto el vestido a Laura y ella desabrocho la camisa de él, volvieron a los besos. Él intentaba desabrochar el soutien de ella pero esté parecía dispuesto a pelear la posesión de los pechos de su dueña, sin ceder a la voluntad de sus dedos.

Laura sonriente desabrocho ella misma la prenda dejando que él se la quite. Miguel se puso de pie y tomándola de la mano la condujo a la habitación. Allí comenzaron donde habían dejado, en esos besos frenéticos y manos traviesas. Ella desabrocho el pantalón, él se quito la camisa y los zapatos, las medias, ella lo aguardaba ansiosa, lamiendo sus labios. La tensión había aumentado y ambos estaban listos, él ya encima de ella iba a penetrarla cuando Laura le preguntó si tenía el profiláctico a mano. Como baldazo de agua fría, Miguel se dio cuenta que nunca lo había sacado, se dio cuenta casi con desesperación que no había comprado. Se expendió hasta llegar al cajón de la mesa de noche donde siempre guardaba, y nada, no había ni uno.

Laura vio su cara y le dijo que no se aflija, fue por su cartera y busco en ella, nada tampoco. ¡Cómo era posible si ella los había separado para llevarlos! Siempre tenía en su cartera. ¡Por qué había elegido ese bolso tan pequeño en el que no entraba nada! -Podemos comprar dijo con risa nervosa, ¿algún Kiosco por acá, estación de servicio, farmacia de turno, un Farmacity, no hay un Farmacity por acá?
Él la miro con la frustración de una noche que se le esfumaba, había estado en la farmacia en la mañana. De pronto, salió como si recordase que la casa estaba en llamas, fue hasta el baño, revolvió y reclinado sobre el marco de la puerta extendió frente a los ojos de Laura la caja de la cual como guirnalda muy corta, corrieron los tres profilácticos. Ella como si hubiese visto el truco de magia más asombroso del mundo festejo con pequeños aplausos aquella milagrosa aparición.

El león retomo el poder de su cubil y tuvieron ese sexo apurado, intenso, que deja esa promesa de más. Se relajaron, él ahora podía disfrutar de su piel, de la curva de sus hombros, de su cabello desplegado en las almohadas. Laura busco acomodarse contra él pero el grito de dolor le ganó. Un mechón había quedado bajo el brazo de él y al levantarse el tirón fue fuerte, Miguel se disculpaba y ella le decía que estaba todo bien. Volvieron a acomodar los cuerpos, extremando los cuidados tanto que Laura termino pegándole un codazo a Miguel en las costillas. Las disculpas ahora estaban en boca de ella.

Mientras que intentaban acomodarse sin incidentes, ambos se prometían el mejor sexo del mundo, se acurrucaron y se arrullaron, Laura intentaba estar lo más quieta que podía para no romper el hechizo. Pronto se dio cuenta que la respiración de Miguel era calmada, profunda y con un pequeño silbido. ¡Estaba dormido!
Laura no podía creerlo, las promesas de sexo salvaje y desenfrenado que habían mantenido el calor en esa cama hasta hacia unos momentos atrás se escapaban con cada exhalación que salía de la boca de Miguel. Ahí atrapada entre los brazos de ese hombre Laura se preguntaba si aquello había valido la pena, ¡se había dormido! Como buena mujer que era paso de pensar que ella no le gustaba a que él se había aburrido con ella y un sinfín de instancias más que eran insostenibles e inconsistentes.

Encismada como estaba en lamentar aquel día, con los primeros atisbos de sol que entraba por las persianas, despierta y desvelada como estaba se encontró con los besos de Miguel que caían como cascada por su espalda, con sus manos que la recorrían con seguridad, la ausencia del silbido en la respiración, el ritmo entrecortado, la precisión de las maniobras, las amenazas sexuales que empezaba a oír de boca de Miguel, su propia risa al ver como la cabeza de él emergía del medio de sus piernas. Sin dejar de reír y esperando que él la mira para cerciorarse que iba por buen camino le dijo: - un día inolvidable, no?
Y miguel le respondió: - No, perfecto

domingo, 13 de septiembre de 2009

Me gusta cuando tus dedos se detienen en mi sexo,
cuando lo recorres con tus yemas, despacio,
tan despacio que por momentos ella parece no moverse.
Me gusta cuando nada te apresura,
cuando nada altera el ritmo que elegís.
Me gusta tu piel pegada a la mía, tu proximidad,
el peso de tu cuerpo sobre el mío.
Me gusta como detenes el tiempo, como inmovilizas el aire,
tanto a veces, que no alcanza para que respire,
porque el juego de tus dedos
altera mi respiración,
en tanto que tus besos me sostienen.
Me gusta cuando tus dedos dibujan caminos nuevos
aún sabiendo que todos acaban en el mismo lugar.
Me gusta cuando al oído me decís que soy tu juguete preferido
y volves a elegir jugar conmigo.
Me gusta cuando tus dedos entran inquietos como explorador en tierras nuevas
y tú pulgar juega con mi clítoris,
como lo haces dar círculos haciendo que lo que lo desee más y más…
Me gusta el olor de tu piel en especial cuando impregna la mía,
tu lengua que adelanta la conquista, tus reclamos,
tus caprichos y tus deseos.
Me gusta el juego de tus dedos tanto como me gusta tu boca
que susurra y me besa.
Me gusta cuando me transformas en el centro del universo
y todo gira a mí alrededor,
pero me gusta saber que es tu voluntad quien lo maneja a su antojo.
Me gustan cuando arrancas sonidos de mis labios,
porque me transformaste en el instrumento
de tus pasiones.
Me gusta cuando me dibujas,
porque nunca dibujas nada que no sea yo.
Me gusta cuando sencillamente me rindo a tus manos,
a tu boca, a tu piel,
a tu ser.
Me gusta ser para no dejar de ser,
el aliento, el aire y el gemido
que te acompaña y te da placer.