sábado, 7 de marzo de 2009

Helena

Llevaba varias cuadras siguiéndola, mirando las mismas vidrieras en las que Helena se detenía, adivinando que cosas le habían llamado la atención.Un rato después, Helena llego a un bonito bar con mesas en la acera, eligió una de las que tenían grandes sombrillas para protegerla del sol.y allí se sento. Revolvió en su bolso y saco un libro, lo abrió por la marca y se abandono a la lectura con la tibieza del astro acariciando su piel.

Iba a escoger una mesa cerca de la de ella y desde allí pensar una estrategia para abordarla pero se arrepintió, se acerco a la mesa y con su habitual naturalidad le dijo:

-no es de lo mejor que ha escrito García Márquez, al tiempo que corría la silla y se sentaba.

Helena entre sorprendida y asustada solo atino a decir: -lo sé, pero ya lo empecé y necesito terminarlo.

Un joven muy agraciado se acerco a la mesa, estaba en camino cuando volvió por otro menú para la mesa de Helena. Se acerco y extendió las cartillas en silencio, sintió las dos miradas que lo recorrieron y sintiendo un atisbo de vergüenza. Helena pidió un té verde con una brillante sonrisa, en tanto que su acompañante se limito a pedir un cortado con una clara agresión en su mirada, no tenía ganas de aquella peligrosa competencia.

El camarero se retiro turbado por las diferentes actitudes hacía él. En tanto en la mesa Helena escuchaba los motivos por los que aquel libro no había sido del agrado de su imprevisto interlocutor. Sabía de lo que hablaba y pronto Helena se encontró inmersa en una discusión literaria. Recibieron sus bebidas ya sin prestar atención a quien servía, rieron, acordaron sobre muchos puntos y se sintieron cómodos.

Helena miró su reloj y dijo que debía irse, que la charla le había encantado pero tenía otro compromiso. Vió la decepción en los ojos de Sofía, de pronto la descubrió, esbelta, con su cabello negro brillante bajo los rayos del sol, sus ojos verdes, grandes y ávidos de conocimiento. Vacilo un instante y le dijo: -si no tenes otra cosas que hacer podes acompañarme, quizás te guste, voy a la inauguración de una galería de arte.

Los magníficos ojos de Sofía se iluminaron aún más y con una sonrisa increíble le dijo sencillamente: -me encantaría.

Caminaron juntas, llegaron a la galería y Helena presento a Sofía a sus amigos y conocidos, siempre que la miraba la hallaba mirándola, sonriéndole. -¿Qué hacía allí con ella esa mujercita tan bella? No comprendía. Al terminar el evento, Sofía se acerco a Helena, y le dijo: -ahora me toca a mí invitarte a un lugar.

Helena le agradeció pero dijo que no había obligación de ningún tipo. Sofía la miro nuevamente con aquellos ojos donde parecía que unos se hundía en su magnífica profundidad, sonrío y pregunto. – ¿dónde?, la verdad es que tengo hambre y me gustaría comer algo.

Sofía encantada respondió: -me leíste el pensamiento, quería invitarte a cenar.

Helena accedió y salió con ella. Tomaron un taxi y Sofía indico la dirección. Iban distraídas charlando sobre lo que habían visto, Sofía no dejaba de darle las gracias, aquella era su primera experiencia en una galería y la había disfrutado enormemente.

Llegaron al sitio señalado por Sofía y Helena no vio ningún restaurante en la cuadra. Bajaron y Sofía la tomo de la mano y la condujo a la puerta de un viejo edificio de estilo francés. Seguía sujetándola de la mano y Helena se dejo llevar a través de los tres pisos por escalera. Llegaron a un departamento muy acogedor, Helena enseguida noto que era como Sofía, fresco, agradable, y seguramente de día maravillosamente luminoso. Una gran biblioteca coronaba una de las paredes y hasta allí siguió conduciéndola Sofía. La dejo frente a los anaqueles atestados de libros, diciéndole: -bienvenida a mi reino.

Camino hasta el otro extremo de la habitación donde estaba dispuesta la cocina separada del lugar donde estaba Helena por una simple barra pasa platos. Sofía tomo una botella de vino y la descorcho, dejándola sobre la barra, saco las copas y las dejo junto a la botella. Abrió la heladera y saco varios quesos, fruta seca, tomo pan y jamón. -Espero no te moleste, dijo Sofía, mientras llenaba las copas y señalaba los alimentos listos sobre una tabla.

-No para nada dijo Helena, me encantan los quesos.

-Una biblioteca con volúmenes muy bien escogidos, dijo Helena mientras miraba a Sofía a los ojos y ella sostenía su mirada.

-Gracias respondió, me alegra que te guste. Tomo la tabla y la llevo a la mesa ratona que estaba frente al sillón que descansaba al costado de la biblioteca.

-Acá vamos a estar más cómodas, traes el vino y las copas.

Helena se acerco al sillón con sus manos ocupadas por el pedido de Sofía. Está alargo las manos y tono la botella y su copa. Espero que Helena se sentase a su lado para decirle: -te seguí casi toda la tarde.

-¿Cómo?, dijo Helena ahora si más asustada que sorprendida.

-Te reconocí de inmediato, el año pasado curse el seminario de literatura latinoamericana femenina que dictaste en la facultad, aprendí muchísimo y no sabía cómo volver a contactarte. Leí la mayoría de los libros que recomendaste y me han surgido dudas.

Helena sin esconder el alivio que le producían las palabras de Sofía se disculpo por no reconocerla.

-No te aflijas, dijo Sofía, éramos demasiados. Y mientras decía eso y notando que Helena había bajado la guardia, le rozo con su mano el brazo desnudo, siguió con los dedos hasta su hombro, le tomo el cuello. Helena perdida se encontró nuevamente cuando Sofía la besaba.

Había dejado Sofía su copa en la mesa y la envolvía con ambas manos, la acariciaba, enterraba sus dedos en su cabello. La sostenía entre sus brazos.

Helena se sentía mareada, apabullada, jamás había estado con otra mujer, no sabía cómo actuar. Aparto amablemente a Sofía, la miro a los ojos, una voz interior le decía:-¡qué bella que es!, pero aquello no era una situación que Helena quisiese en su vida.

Sofía la miro también, coloco la palma de su mano sobre su mejilla y con voz muy dulce le dijo: -no te aflijas, está todo bien. Acabadas sus palabras volvió a besarla.

Helena experimentó la electricidad que la recorrió, no entendía que sucedía pero le gustaba el contacto de aquella boca, de esas manos que estaban recorriéndola.

Se incorporo un instante más, adelanto su cuerpo, Sofía se parto sintiéndose vencida. Helena apoyó su copa en la mesa, sonrió y acarició la cara de Sofía, bajo con sus manos por sus pequeños pechos, los tomo con toda su mano, era agradable el contacto, la sensación era nueva y embriagadora. –No sé qué hago, dijo entonces.

-No te preocupes, dijo Sofía, yo te enseño el camino.

Le beso la mano que sostenía sobre su pecho y abrió su camisa para que Helena pusiese verla. Puso sus manos sobre los muslos de ella, se paro y se coloco entre sus piernas. Las abrió con delicadeza, se arrodillo entre ellas y allí comenzó a besarla.

El vestido que llevaba Helena cedió sin problemas, al igual que los pantalones de Sofía.

Ambas estaban desnudas, la cara de Sofía hundida en el sexo de Helena, las manos de Helena hundidas en la cabellera de Sofía.

Sofía jugaba con su lengua en su vagina y Helena gemía de placer. Nuevas puertas se abrían en el mundo de Helena. Sofía hacía y ella la dejaba hacer a placer. No sabía cómo podían invertirse los roles, tan solo dejo que Sofía la guiase.

Se incorporo y parada frente a ella le ofreció su pubis, Helena alargo su mano, acaricio su bello, lo recorrió con sus dedos, sintió su humedad, su latido aún débil, sintió sus propias ganas de hacerse de aquello que se le ofrecía. Mojo sus labios con su lengua y los acerco al sexo de Sofía. Uso su lengua y sus dedos con ella, la sentía estremecerse.

De pronto ambos cuerpos estaban echados en el sillón, en una lucha sin ganadores, sus pieles húmedas, sus bocas lujuriosas, sus manos perdidas en la espesura de la otra.

lunes, 2 de marzo de 2009

Noche de calor

Estaba ella de espaldas, desnuda y profundamente dormida. ¡Hacia tanto calor! Era extraño que no lo escuchase llegar. Retornaba él de una emergencia, la que lo arranco de su lado. Con cuidado de no perturbarla se quedo mirándola desde el umbral de la puerta del dormitorio.
Se quito los zapatos, desabotono su camisa y el pantalón evitando que la hebilla del cinto delatase su presencia. Se quito toda la ropa dejándola hecha un lío sobre la silla, ya tendría tiempo de ordenarla por la mañana.
Se acerco al borde de la cama, como quien asecha a su presa, y dulcemente la destapo, la recorrió con su mirada. Allí estaba ella, tan quieta, tan dormida, solo su respiración producía un leve movimiento en su cuerpo. Se sentó, le corrió el cabello dejando su espalda completamente descubierta. Las piernas de ella apenas separadas lo invitaban a que una de sus manos se deslizara entre por ese corredor que se formaba libre de obstáculos para él y cuya meta era su sexo.
Se acomodo sobre su costado izquierdo, rozo apenas su sexo y sintió el estremecimiento del cuerpo que lentamente se amoldaba a su propio cuerpo, a su mano que elegía las formas.
La acariciaba, subía y bajaba con las yemas de sus dedos sobre esa piel que exhalaba el perfume de un sexo que comienza a encenderse.
Ella seguía los juegos de sus manos con estremecimientos cada vez más profundos y compulsivos a pesar de seguir imbuida en el sopor de su sueño. Él dueño del placer de ella y del propio, gozaba con solo mirarla. La iba abarcando con sus grandes manos, haciéndola girar, jugando entonces con sus pezones hasta sentirlos duros y turgentes. Deseaba que se despierte para hacerle el amor, pero tampoco quería romper el hechizo, era el encantador y su música era el motor de ese cuerpo que se agitaba pleno de excitación.
Pronto sintió las manos de ella en su propia piel, el reclamo de su boca. Salía del sueño pero entraba en otro, él la besaba mientras enterraba los dedos en su cabello, sus lenguas buceaban en la boca del otro. La sujeto con fuerza, mientras que, con la espalda totalmente apoyada en la cama, la colocaba sobre sí.
No dejaba de besarla, en la boca, cuello, hombros, ella experimentaba la atracción que ejercía el cuerpo de ese hombre que allí la tenía atrapada. La gravedad estaba funcionando en esa cama y ellos eran el centro de esa energía.
Sin saber el instante exacto él la había hecho suya, la poseía con fuerza, con un ímpetu embriagador. Se unió a la fiesta de su propio cuerpo, se unió al ritmo que el imprimía con sus manos apresándola desde la cintura. Le susurro cuanto le gustaba.
Se olvido del maldito calor, se deshacía en gotas de sudor que estallaban contra la piel de él, sentía la humedad de su sexo, el semen que la llenaba, sentía el estallido del placer en su propio cuerpo, sintió el estallido del cuerpo de él, sintieron ambos el placer del gozo de los cuerpos, del contacto de poseerse para ser por unos largos instantes uno, tan solo uno.