martes, 26 de enero de 2010

Ulises

Tiene las rodillas y sus brazos sobre la cama, la cola bien parada, sus pechos presos de la gravedad cayendo perfectos para alegrar mi vista. La veo desde el umbral de la habitación, me fascina esa pose de gata desperezándose que adopta, con su cabello ondulando sobre la espala, cayendo por los costados. No cuida los detalles, solo me mira a mí, me provoca con su pose, pone la cabeza de costado como gata curiosa, como preguntándome si falta mucho para que vaya hasta ella, sigo allí, congelado contra el marco de la puerta.

Ella en cambio, se echa, odio que abandone esa postura de gata, con sus brazos tan estirados, las manos una sobre otra, su cola siempre en alto, su cabello, esa vista de sus pechos, de su piel, porqué me hace eso. Pero no digo nada, sé que va a ponerse boca arriba, conozco su ritual para atraerme a la cama, me encanta su ritual para llevarme a ella. Su cabello cayendo por el borde, sus pies apoyados en el colchón, sus manos jugando a volar, su boca ocupada en un tarareo que quizás suene maravilloso en su cabeza pero es incongruente en las ondas del sonido, pero no me importa, no soy Ulises y puedo ser encantado por esta sirena, pero reconozco esos relieves y es Ítaca y estoy en casa entonces, si soy Ulises y al fin puedo arribar a puerto.

Y el puerto me aguarda con su perfume de flores de campo, y no son sirenas, es el canto de Penélope que me trae nuevamente al hogar y soy Ulises y al fin puedo rendirme tan solo para erguirme victorioso porque volví y ella me recibe como su héroe, como su amante, como su hombre, el hombre que se perdió pero solo ansiaba retornar al calor, a las caricias, al tarareo incongruente y desafinado de su boca pero que suena a sirena en mis oídos y con el que me envuelve y me protege del mundo de afuera. Solo yo domino este arco, solo yo consigo tensarlo, solo yo tengo el carcaj que contiene la flecha que puede ser usada en él.
Soy Ulises y mi arco reposa a mi lado y es Penélope y es Ítaca y es puerto y de todas las formas ella consigue que yo este en casa.

lunes, 18 de enero de 2010

Be Mine

Estaba ahí sentada en el borde de la cama, recién levantada, él había llegado antes de su viaje, despeinada como siempre, el lecho, una maraña de sabanas y almohadas que solo delataban mi búsqueda de su cuerpo, de ese pequeño retazo de tela que conserva su olor. Sueños revueltos, el extrañamiento de su compañía.

Mis ojos se tiñeron de ese celeste tan particular, la sorpresa de su regalo me trajo del letargo y coloreo todo de azul claro o turquesa, la pequeña bolsa que contenía una caja cuadrada con su moño blanco y el nombre de la tienda en color plata. Cuando la abrí había un collar grueso, con un dije, era un corazón candado, del reverso, la T, marca indiscutida de todas las piezas de joyería de Tiffanys, y en el frente dos palabras: Be Mine.

Me quede azorada; aceptarlo, colocármelo y usarlo tenía un único significado, pertenecerle a quien me lo había dado. Era una decisión que tenía que tomar, tenía que pensar y evaluar cuidadosamente todo lo que eso significaba, estar segura de no arrepentirme, de no equivocarme, no apresurarme. Lo giraba entre mis manos, lo miraba, lo pesaba, lo deseaba y lo rechazaba. Él en silencio, esperando, con esa seguridad que me conquista cada día y los ojos fijos en mí.

No sabía que decir, no tenía idea de cómo ganar tiempo para poder pensar, de pronto estaba perdida en mis propias elucubraciones sin prestar atención a mi cuerpo, a sus respuestas, a sus deseos que se manifestaron vivamente, instintivamente si es que cabe tal afirmación.
Mi mente iba en una dirección y mis manos en otra. Sentí el suave clic del broche cuando lo cerré alrededor de mi cuello, sentí el calor de mi mano al palpar el candadito a pesar de que ya no lo veía. Me encontré caminando hacia el espejo para verme con él puesto. Me vi mirándolo a los ojos feliz de aquello, completamente ajena a las cavilaciones que agotaban mi cerebro, sabiendo que con él no era un juego.

Éramos dos, mi cabeza por un lado, mi corazón por otro, sabía que pronto ambas se iban a reconciliar, sabía cómo hacerlo. Me acerque segura de mi papel, pase mis brazos por su cuello, lo bese sin soltarme, sin dejar de sentir el eco de su corazón en mi propio pecho, sin dejar de sentir su calor en mi cuerpo, sin que su aliento abandone mi boca. Me apretuje contra él, deje que me envolviese aún más fuerte con sus brazos, y sin timidez, sin vergüenza, sin ningún sentimiento de niña que pudiese interferir en ese instante le susurre al oído: I'm yours y hundí mi cara en su cuello sin esperar más que saber que él sonreía feliz por mi respuesta y yo por ser.