domingo, 8 de diciembre de 2013

El trompetista (Parte III)

Casandra tenía una pelea interna con el peso mitológico de su nombre, no podía dejar de notar la cara que ponía la gente al pronunciarlo. Agradecía ser hija única para no haber sido la mensajera de la destrucción. Claro que nada de esto aparecía en el imaginario de las personas que la conocían, su rostro en realidad era de serenidad porque eso es lo que transmitían sus ojos, serenidad, quietud y paz.
Su trompetista solo había reparado en su nombre para hacerlo música, esto había sido el cumplido más grande que ella recibiese al respecto, inmediatamente lo tarareo, lo hizo música aquella primera noche en que se conocieron luego de su recital de jazz.
Hoy iba a encontrarse con él. Miro que todo estuviese perfecto como a él le gusta, uñas, ropa, zapatos, su cabello recogido, todo al mínimo detalle de los caprichos de su músico. Sin embargo, era la primera vez que él rompía con la rutina de los encuentros en su departamento, esto la tenía  inquieta, nerviosa, no entendía el cambio y no le gustaba.
La citó en un café tradicional de Avenida de Mayo, El Tortoni, se sentaron en las mesas de la vereda, era tarde pero el calor de Buenos Aires ya se sentía impiadoso. Él pidió una picada, la clásica, con vermouth para él con cerveza para ella.
-El vermouth es cosa de viejos, le dijo ella envuelta en esa risa de niña que sacaba a veces cuando cometía una picardía. Él la miró serio, atento, casi enojado, y cuando noto que Casandra bajaba la vista arrepentida de sus palabras  tomó su rostro apoyando su mano en su mentón y espero el encuentro de las miradas con una sonrisa franca y divertida.
-Lo pido porque no puedo resistirme a la tentación del sifón, viste que maravilla, siguen haciéndolos solo para ellos. Y allí el mozo con el pedido depósito en la mesa el pequeño artilugio, un recipiente de no más de un cuarto de líquido con su cabeza cromada, cuerpo de vidrio de color y Café Tortoni en letras de fileteado blanco.
El rostro de Casandra se iluminó con el truco de magia que había facilitado el camarero y aquella pieza de colección se transformó en el centro de la charla.
-Te pedí de encontrarnos acá porque tenía muchas ganas de hacer algo diferente.
-Casandra lo miro embelesada, sabía que estaba enamorándose de aquel hombre oscuro que la arrojaba al vacío más aterrador, el de sus propios miedos, al de un placer sin límites, sin puntos de partida ni de llegada, caída libre, vértigo y deseos de más.
Estaba perdida en sus ensoñaciones, en esa otra expresión del amor donde el sexo no forma parte, cuando él sin piedad la volvió a la tierra yerma y reseca para ensuciar sus bellos zapatos, -crees que va a gustarte, repitió.
Casandra no tenía ni idea de lo que le había estado diciendo, solo palabras sueltas se aparecían bailando frente a sus ojos, Gigí, ¿quién es Gigí? ¿Leslie Caron? ¿Gustarme qué? ¿Vamos al cine?
Él notó enseguida que Casandra estaba en otro mundo mientras él le explicaba lo que deseaba, no era la primera vez que sucedía. Él estaba convencido que esa falta de atención en otra mujer hubiese sido motivo de enojo, pero con ella no podía, ya había notado que parte su encanto era su capacidad de soñar otras realidades, de despegarse del efímero presente para construirlo nuevamente a su entero antojo.
-No, dijo con tono dulce, casi ese que pone un padre amoroso cuando le explica algo a su hijita.
-Gigí es una muy buena amiga mía y quiero que la conozcas.
Ese tono complaciente puso en guardia Casandra, solo lo usaba para inducirla a dar un nuevo paso a ese vacío que tanto la atraía. Titubeo, retorció las manos como cuando no sabía que decir, bajo la cabeza y asintió sin pronunciar palabra. Sus ensoñaciones volaron a un mar lejano y sabía que allí se hundirían presas bajo el peso de sus miedos.
-¡Muy bien! exclamo el trompetista, esa es mi chica, llamo al mozo, pago y la tomo de la mano sin ya prestarle mucha atención, tan solo la arrastro unas cuadras hasta la puerta de un edificio Art Deco, uno de los tantos que viste la avenida, toco el timbre del 4º B y apoyando a Casandra contra la puerta la besó hasta que sonó la chicharra que permitía ingresar al edificio.
El trompetista no podía ocultar la excitación que lo embarcaba y Casandra no estaba segura que era lo que se la producía. Quería pensar que era ella, pero sabía que iba a descubrir lo contrario.
Allí estaba Gigí, que nada tenía de la exquisitez y finura del personaje de la película, pavoneándose y tocándolo a él, su trompetista, e ignorándola completamente a ella, como si no estuviese en el mismo sitio.
-Está todo dispuesto, tal como lo pidió, le dijo Gigí al músico mientras lo rodeaba con sus brazos por el cuello y lo besaba.
Casandra a punto de explotar de ira sintió el contacto de la mano de él, que la atraía hacia su cuerpo sin soltarse de los brazos de aquella mujer pulpo. La tomó de la mano y con la otra hizo lo mismo con Gigí que ahora sí había cambiado su actitud avasallante por una más obediente y silenciosa.
Las dirigió a ambas hacia la habitación, la cama estaba abierta, solo la sábana de abajo, las luces atenuadas con pañuelos de gasas e incrementadas en algunos rincones con velas. Un sillón frente a la cama, más bien hacia un costado, el más oscuro de todo el cuarto y sobre él unas sogas, una mordaza y un collar.
Dejo a Gigí a medio camino entre la cama y el sillón en cuestión y siguió hasta él con Casandra. La besó con mucha ternura, le recorrió el cuerpo con sus manos, bajó por sus muslos y subió arrastrando la tela de su vestido, bajó otra vez con su ropa interior engarzada en sus dedos. Casandra colaboro levantando los pies para que termine de quitársela. La agarró de la cintura y subió con sus manos hasta el escote, lo desabotono, liberó su torso de la tela que lo cubría, acarició sus hombros y besó sus pechos.
Chasqueó sus dedos como si hubiese un perro en el cuarto pero sin ruido sin protestas sin nada estaba parada junto a ellos Gigí, la Gigí que la embriaguez de Casandra por las manos de su trompetista ya había olvidado. Él, sin embargo,alargó la mano y ella le entrego el collar. Se lo puso a Casandra, la condujo tomándola de los hombros hasta el sillón le ordenó que se levantara la falda del vestido y se sentara. Casandra obedeció sin dejar de relojear a la que ya había declarado era su enemiga. Sin mediar palabras Gigí le entregó al músico la soga primero con la que ató a Casandra al sillón, inmovilizando las manos y las piernas, la mordaza y la cadena que engancho en el collar. La beso en la frente amorosamente y le dijo al oído -solo quiero que mires.
Dicho esto, tomó del brazo a Gigí la acercó a él y la beso, la rodeó con sus fuertes brazos y se alejaron del sillón poniendo rumbo a la cama.
Casandra vio como ese odioso pavo real devenido en pulpo acariciaba, besaba y desvestía a su hombre, a su amor, sentía la furia que la embargaba, que le calentaba la sangre, hacía que le latiesen las sienes, el grito sordo que se ahogaba en su garganta por culpa de la mordaza.
Se retorcía intentando rebelarse contra las ligaduras que la tenían prisionera de ese horrible sillón en esa inmunda habitación.
En tanto frente a sus ojos se desarrollaba otra lucha, la de los cuerpos que se buscan hambrientos, las manos que se perdían en abrazos, en caricias, en juegos. Él, que la tomaba del cabello y la arrojaba a la cama, Casandra veía con los ojos empañados por las lágrimas y la vista nublada por la ira como él poseía el cuerpo de otra, como le dedicaba sus manos a esa otra piel. Seguía casi con devoción cada caricia que él le daba a Gigí, al dibujo del contorno de ese cuerpo que no dejaba de gemir de placer, de esas piernas que lo envolvían y lo atraían hacia ese otro sexo.
Sentía, Casandra, como se agotaba de forcejear inútilmente, tenía la boca seca de tanto grito sordo, pero seguía llorando, en silencio.Abandonó su cuerpo al sillón, dejó que su cabeza busque el apoyo del respaldo y cerró los ojos. ¿Qué hacía allí? Era la pregunta que la atormentaba cada vez que estaba con su trompetista, porque volvía y así se fue perdiendo en la oscuridad húmeda de sus ojos, en la cadencia de los gemidos y las órdenes que provenían de la cama, que ahora estaba como a un océano de distancia.
El músico se percató de su silencio y no le gusto. No era eso lo que esperaba, lo excitaba la lucha de ella con sus ligaduras, saberla enojada, casi iracunda, saber que era él quien tenía el poder de consolarla.
-¿Te gusta muñequita? Dijo mirando al sillón pero no hubo respuesta, el cuerpo de Casandra no reaccionó a la voz de su Amo.
-Señorita, le estoy preguntando a usted si está disfrutando de las vistas?, uso ese tono agreste entre caribeño y porteño que tenía para increparla a que retorne a la habitación. Sabía que Casandra bien podría haber construido un mundo imaginario y estar allí recluida hasta que él la rescatase.
Se tomó su tiempo con Gigí haciéndola gemir, susurrándole obscenidades, lamiéndole la piel, escuchándola acabar a su antojo. Cuando se aburrió de aquel cuerpo prendió un cigarrillo y le pidió algo fresco de beber a su anfitriona mientras clavaba la vista en Casandra, allí tan quieta, la oscuridad donde estaba sumergida le impedía ver hasta el tenue movimiento de su cuerpo al respirar. Estaba desesperado por ir allí junto a ella, tomarla con delicadeza, besarla y decirle que todo estaba bien, que no iba a repetirse aquello. En cambio se quedó allí con el cigarrillo en una mano y el vaso en la otra, y ella seguía allí, inerte. Ahogó el cigarrillo en el líquido que quedaba y se acercó a Casandra, se sentía el príncipe Valiente que despierta a la Bella durmiente de su letargo de hechizo, pero se encontró con una Casandra con la cara mojada de tantas lágrimas, que seguía llorando en silencio, una catarata de lágrimas rodaban por sus mejillas, el desconsuelo se dibujaba en su cara, el miedo en lo contraído de su cuerpo.
El trompetista comprendió que no se había ido a ninguno de sus mundos, que allí se había quedado con él, a su manera, rendida a un dolor diferente del que le producía con su mano, un dolor más hondo, lleno de angustia y desesperación, un dolor sin tiempo. No había medido las consecuencias pero allí estaban, allí estaba el objeto de sus deseos necesitada de él, de su príncipe para consolarla.
Alargo su mano y rozó apenas la mejilla de Casandra, tan húmeda, la otra mano casi instintivamente la colocó entre sus piernas, por un instante se dijo no es el momento, pero lo que allí encontró no lo hizo dudar, Casandra estaba sentada en el lago de su gozo, de la manifestación misma del clímax de su placer, entonces esta vez sí comprendió el trompetista que las lágrimas de Casandra no eran por él y esa otra piel sino la culpa de haber gozado con aquello con lo que se había negado, con lo que le parecía imposible que pudiese suceder y sin embargo allí estaba en aquel edificio Art Deco con su bello trompetista, atada a un sillón en lo más oscuro y profundo de su propio ser, de lo más cerrado y negado a sí misma, su placer.