domingo, 25 de enero de 2009

Arrebato

Mi cuerpo de espalda pegado al tuyo. Tu boca en mi cuello. Tu mano derecha acariciando mis pezones, la izquierda deslizándose desde mi vientre, recorriendo mis muslos, resbalando entre ellos.
Así atrapada entre tus fuertes brazos, busco tu boca. Siento tu mano entre mis piernas, siento la humedad que ello me produce.
Mientras te beso siento el peso de tu cuerpo, tus manos amoldando mi cuerpo al tuyo, tus dedos dentro de mí. Profundos, inquietos, entrando y saliendo en ritmo intenso.
Mi respiración se hace pesada, entrecortada, puedo oír mis propios gemidos, sentir la fuerza del embate de tus dedos en mi interior, tu miembro duro contra mi cuerpo.
Tus dedos buscan nuevos sensaciones. Siento las caricias en la cola, el juego tímido al principio, y poco a poco más intenso con el cual se adueña de cada parte de mí ser.
Con una intensa mezcla de placer y cierto rechazo siento como tu dedo va invadiéndome. Como esa parte de mi cuerpo te rechaza al tiempo que late aprisionándote para retenerte. Es una sensación embriagadora, exultante, nueva y desconocida, plena y llena de arrebato pasional.
Perdida en tanto placer, abrigada por tus brazos, amparada por tu cuerpo me dejo deslizar por él con la boca habida de tu pene. Lo tomo entre mis manos, lo acaricio, lo acerco a mis labios para besarlo, presa del rito pagano que se desata en ese momento.
Mi boca colmada de vos, llenándome y casi dejándote ir, sin dejarte del todo. Así con mi propio ritmo, cambiando los roles ahora, vos a mi merced. Mis manos sujetas entre las suyas en una sensación de abandono y al tiempo de pertenencia.
Tu miembro duro, pleno, lleno de vida en mi boca. Mis manos presas de las tuyas, mi sexo en agonía deseando poseerte. Juntando fuerzas, me impongo y sentada a horcajadas dejo que tu pene me penetre, me llene con su calor.
Puedo sentir lo duro que está, su humedad mezclada con la mía, tu aliento en mi cuello, tus labios en los míos, y ambos presos de un mismo ritmo, de la misma música que guía el camino hacia el orgasmo.

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lunes, 19 de enero de 2009

Despedida

Inclinado como estaba no podía verla, sabía que estaba pero la posición de su cuerpo le impedía precisar el lugar de su cuerpo. Apuraba la marcha de sus actividades para poder incorporarse y buscarla. Quizás fuese su día de suerte y ella notase que la miraba.
Paso un largo rato pero al fin acabo, se incorporo, le dolía la cintura, había transcurrido demasiado tiempo, seguramente ella ya se habrá ido, pensó lamentándose una vez más.
De pronto la vio estaba allí en su propia oficina con unos papeles en la mano, no comprendía, a pesar de trabajar en la misma empresa sus labores no estaban relacionadas.
Sin embargo, allí frente a él estaba ella, la miro atónito sin comprender, y ella lo complació con una bella sonrisa. Él solo podía notar sus hermosas curvas, para él ella solo era un bonito cuerpo que recreaba su estadía en la oficina del piso 15.
-Hola, con vos ronca, le dijo mirándola a los ojos, ella sin dejar de sonreír asintió con la cabeza. Ya era la hora en que todos abandonan sus escritorios y comienzan el éxodo hacia sus casas, ella seguía allí de pie, frente a él. De pronto se dio vuelta y cerró la puerta de la oficina, se quedo así de espaldas por unos minutos, él no entendía y pregunto -¿puedo ayudar con algo? Ella se volvió con la camisa abierta, mostrando su corpiño, dejo los papeles que traía sobre el escritorio y se acerco a él contorneando sus caderas.
-Aja, fue todo lo que ella dijo, apoyando su mano sobre los genitales de él. Lo beso furtivamente en la mejilla, apoyo sus manos en el borde del escritorio, de espaldas a él, inclino un poco su cuerpo hacia adelante, ofreciéndole a él su cuerpo.
El desabrocho sus pantalones, ya estaba excitado y el comportamiento de ella dejaba en claro que no iba a chupársela. Pego su cuerpo al de ella, al tiempo que se acariciaba con una mano y con la otra la tomaba del cuello para besárselo. A ella no pareció gustarle mucho pero lo dejo hacer.
Continuaba él con este juego cuando sintió que ella pegaba su traste a sus genitales y levantaba su falda, no llevaba ropa interior, inclino aún más su cuerpo y busco con su mano libre el pene de él. Rápidamente lo introdujo en ella y comenzó a moverse, él se unió, ella acabo con un leve quejido, él reprimiendo el placer de haber poseído ese cuerpo.
Quiso entablar una conversación, repetir en otras ocasiones lo que allí había sucedido, mientras acomodaba la camisa dentro de sus pantalones y hablaba sin cesar se dio cuenta que ella ya se había ido, dejando los papeles de su despido sobre el escritorio y la puerta abierta.

lunes, 12 de enero de 2009

Calor II

La luz tímidamente comenzaba a filtrarse entre los pliegues de la cortina, a pesar de ello, en el dormitorio aún predominaba la penumbra. Estaba inquieto, hacia demasiado calor y el corte de luz había afectado el funcionamiento del aire acondicionado. Ella de espalda dormida no parecía afectada por el calor de ese amanecer.
Se sentó en el borde de la cama mientras la miraba dormir, su respiración tranquila y pausada, el cabello alborotado sobre la almohada, tan quieta. Noto que en algún momento cuando el corte de luz había cesado con el funcionamiento de la refrigeración, agobiada pero dormida, se había quitado la parte superior de su pijama.
Su cuerpo vulnerable a las caricias se ofrecía tentador, pero dudo que hiciesen efecto con ella tan dormida como estaba. Contra sus principios, tentó a sus suerte, apoyo suavemente una de sus manos sobre esa piel que cada día le era más familiar, más suya. No estaba listo a renunciar, por lo que comenzó a acariciarla, recorría las formas de su espalda con las yemas de sus dedos, creyendo sentir como comenzaba a estremecerse con su contacto.
Siguió con las caricias, sus manos iban desde sus hombros hasta la cintura de sus shorts, estos obstruían el mágico fluir y no quería que nada estropee ese instante. El calor del cuarto se percibía, pero la atmósfera había cambiado, él estaba plenamente consciente de su propia excitación.
Ella no parecía acusar recibo de la dulce y delicada labor de sus manos, las cuales estaciono maliciosamente sobre su generoso traste. Se distrajo pensando que quizás a ella no le guste ese pensamiento sobre sus formas. Sus manos por su propia inercia siguieron su camino a lo largo de las piernas, absorbiendo el calor de sus muslos, volviendo hasta la cintura. Volvió a la parte más alta de su cuerpo que se ofrecía sin resistencia y con uno de sus dedos dibujo sobre ella una línea que la dividía en dos. Siguió el curso que la naturaleza le proponía hasta que su mano descanso en el remanso que se forma entre su torso y sus piernas.
Ambos cuerpos acusaban la misma temperatura, el aire se hizo más denso, su respiración se agito levemente pero ella seguía inmutable, tan dormida, -¡cómo era posible! Coloco una de sus manos paralela a su entrepierna y comenzaba a explorar los nuevos territorios cuando se dio cuenta que precisamente allí había un núcleo de calor, de calor húmedo y perfumado. De pronto como si abriese un frasco lacrado pudo percibir el anhelo de su sexo, tardíamente comprendió que ella se había despertado con el primer contacto de sus manos, pero allí había quedado rendida a los deseos de las manos de su conquistador, presa y predador, pero una presa dispuesta a prestar batalla y un cazador aficionado a ganar.
Dejo que él se adueñase de su cuerpo, dejo la despojase de la única prenda que la vestía, dejo que sus brazos la aprisionen, dejo que el peso de su cuerpo la inmovilizase. Ella intento moverse con falsas promesas de placeres orales pero la sangre de él hervía en su cuerpo, sus partes habían alcanzado su esplendor y ahora exigía su satisfacción.
Alargo una de sus manos obligándola a pegar su rodilla a su vientre, en tanto que con una de sus piernas entre las de ella la obligaba a separarla un poco más. Le susurraba palabras al oído, ella peleaba por liberar aunque más no sea sus manos, pero no podía; él podía abarcarla y dominarla por completo.
Sin atender a sus reclamos acaricio lo que se ofrecía entre sus piernas, su pene erecto ansiaba penetrarla. Uso la humedad que ella producía para lubricar sus dedos que penetraron sin vacilaciones en el más oscuro de sus deseos, abría el camino para la conquista total, allí donde el mástil de su estandarte iba a ser clavado. Su marca de propiedad, amo y señor de esas tierras.
Ella jadeante, hechizada por su dueño, dispuesta a la entrega total de su cuerpo en su favor, agonizaba de placer tan solo con el roce de los cuerpos, y de pronto experimento el calor del fuego interno que provenía del cuerpo invasor. La había penetrado, el ritmo era intenso, no podía contener los gemidos, sentía lo duro que estaba su pene, como la poseía frenético y apasionado, único dueño de la situación. Sentía como la invadía ya no de a poco sino que con cada embestida le recordaba que era suya.
Ella sintió que moría y volvía a nacer, dentro de ella algo crecía hasta estallar, la colmaba, la llenaba, la inundaba. La hacía sentir plena, feliz, el orgasmo había sido intenso, familiar, tan nuevo, tan pleno; fue tan perfecto y tan agotador que ninguno de los dos pudo moverse, así los atrapo la mañana uno y otro conformando uno solo, en la agonía de la hoguera que siempre se producía entre sus cuerpos cuando estaban juntos.

lunes, 5 de enero de 2009

Calor

Podía presentirla, sus dedos estaban inquietos sobre el volante, deseaba llegar tan solo para verla.

Ella lo aguardaba inquieta, no estaba segura a que respondía aquello. Habían tenido una breve charla telefónica, llevaban varios meses sin verse pero sabía que cada vez que lo hacían el recuerdo del encuentro duraba semanas.

Sonó directamente el timbre de su puerta, abajo estaba abierto, -mejor, pensó ella, le molestaba tener que enfrentarlo desde el palier y ahora ya lo tenía allí. Después de todo no tenía ninguna intención en resistirse a sus brazos.

Del otro lado de la puerta la aguardaba él, impecable como siempre, la elegancia era parte de su personalidad. Le llevaba un bonito ramo de flores, creía que iba a ayudar para romper el hielo.

Ella lo recibió con una sonrisa que le llenaba la cara, -está contenta de verme, se alegro para sus adentros al tiempo que le entregaba las flores. Se besaron con amabilidad en la mejilla aunque ambos añoraban la boca del otro.

Le ofreció algo de tomar, el acepto ya que realmente hacía calor afuera y sentía como la temperatura de su propio cuerpo iba en aumento. Algo fresco quizás impediría que se abalance sobre ella como lobo hambriento.

Ella llevaba un sencillo vestido que dejaba casi toda su espalda al descubierto. Se movía airosamente entre los muebles jugando a la anfitriona perfecta, ofreciendo descaradamente su cuerpo a la mirada de él.

Un mal cálculo y ella quedo a tiro de las manos de él. Rápido en sus reflejos estiro los brazos y la envolvió con ellos atrayéndola contra su pecho. Sentía como la respiración de ella se iba entrecortando y acelerando. Eso hizo que se acelerara su corazón.

Percibió a través de la ropa lo duro que estaban los pezones de ella, su boca buscaba la de él, húmeda y anhelante. Se apretó contra su cuerpo, él la abarcaba con sus manos, recorrió su espalda bajando el cierre del vestido.

Dejo que su ropa se deslice por las cuevas de su cuerpo y la contemplo extasiado. Ella comenzó a desnudarlo mientras acariciaba su piel. Adoraba su cuerpo, su olor, lo grande de sus manos, como la hacía gozar.

El pene de él ya era un vástago del que ella podía sostenerse, comenzó a lamerlo, a ponerlo en su boca y a chuparlo ávidamente. Él sentía como lo consumía la lujuria de ambos. La subió a la altura de su boca y la beso, experimento su propio sabor, lamio sus labios.

Sus manos acariciaron sus muslos, sintió como ella se mojaba, como latía su sexo, sabía cuánto lo deseaba. Eso lo excito aún más, solo podía pensar en penetrarla. Ella parecía ansiosa de sentirlo dentro suyo. Separaba sus piernas para que la mano de su amante recorra cada centímetro de su ser.

Los dos cuerpos desnudos, ambos jadeantes, uno entregado al placer del otro, ambos obteniendo su propio placer. Un gozo placentero, rítmico, acompasado, explosivo. La penetro de pronto, la tenía agarrada del pelo con una mano y de la cintura con la otra. La atrajo una vez más hacia él, la dio vuelta y la embistió con su miembro duro. Escucho el gemido de ella, pero ya no podía detenerse, la deseaba y la tomo.

Ella mareada dejo que haga, se abandono al placer de su piel, de sus manos, de la fuerza que imprimía contra su cuerpo hasta que sintió como estallaba dentro de ella. Ambos habían gozado, ambos sabían que así iban a darse las cosas, ambos hicieron todo para que así ocurriera.