domingo, 30 de agosto de 2009

Sofía

Sofía esperaba ansiosa que el reloj de su celular sonase diciendo que eran las 20 hs., significaba que ella podía salir al encuentro de Helena. Llevaba mucho tiempo sin verla, desde aquella noche en su departamento, llego a pensar que no la vería nunca más. Sin embargo, aquella mañana cuando sonó el teléfono y lo atendió sin fijarse quién era, sintió como se le había detenido el corazón ante la sorpresa de escuchar la voz de Helena al otro lado de la línea.
Helena había llegado el fin de semana de un congreso en Costa Rica, viaje que alargó esperando poder descansar en aquel país unos días, esas vacaciones que se prometía y nunca concretaba. El viaje se había transformado en una excusa perfecta para evitar con delicadeza a Sofía, aún no podía creer que ella hubiese tenido sexo con ella.
Se había jurado no volver a verla ni hablar del tema pero después de las corridas de los compromisos laborales no conseguía quitarla de su cabeza. No dejaba de ver su boca o sus inmensos ojos verdes y reprimía todos los impulsos que sentía por llamarla o aunque más no sea enviarle un mail.
Helena era una mujer solitaria, le gustaba su casa, sus libros y su música. Ella tenía toda la compañía que necesitaba, los clásicos que la comprendían siempre en todas sus derivas existencialistas, los autores latinoamericanos que mantenían viva su sangre revolucionaria, los malditos que despertaban sensaciones dormidas. Una larga lista de exploradores, magos, brujos, animales fantásticos y hombres y mujeres atormentados, felices o que desfallecían de amor, enfermedades exóticas o en mares que estaban invariablemente donde el mundo da la vuelta. Todos y cada uno de ellos estaban siempre presentes para ella, para consolarla o alegrarla. No se planteaba, hacía mucho tiempo ya, incluir a otras personas en su vida. No es que no tuviese conocidos o amigos pero la intimidad de sus días era algo que ya no compartía.
Llego a Buenos Aires después de disfrutar de la maravillosa exuberancia del paisaje de Costa Rica, su vegetación, sus playas, hasta el sol se sentía diferente y a pesar de haber disfrutado de cada instante no hubo uno donde no pensase que quizás con Sofía el disfrute hubiese sido diferente, no solo mejor, sino más intenso. Su esbelto cuerpo al sol, su piel dorada a la hoja por el astro, su cabello mojado, empapado en sal del mar. No podía apartar esas imágenes de su cabeza y así llenas de ella volvió con la firme intensión de llamarla.
Recién el domingo antes del mediodía Helena consiguió juntar las fuerzas y marcar el número de Sofía. Del otro lado una voz suave que tan solo dice - hola y ella responde con otro hola ahogado, pero suficiente para que Sofía la presienta y su voz cambie con matices de alegría que llegan hasta la piel de Helena. Cruzan breves palabras y Helena la invita a cenar, Sofía no le oculta la felicidad que siente de oírla, de saber que la verá.
Helena prepara cena, disfruta de cada detalle para la cena, las flores que alegran el departamento, y cocina con una sonrisa en su rostro que no puede ocultar. La piel le brilla por el broceado, el sol la había tratado bien a pesar de lo blanco de su piel. Estaba todo listo, hasta se dejo a mano un regalo que le había comprado a Sofía. Era un collar bellísimo que encontró en una pequeña feria de artesanos de Costa Rica, largo, ideal para su fino cuello, ese que ahora la boca de Helena ansiaba besar.
Con una puntualidad que solo podía ser calificada de inglesa sonó el timbre de la puerta, ni un minuto antes ni uno después del acordado, allí estaba ella con una botella de champagne en entre sus manos.
Helena toco su cabello nerviosa, giro las llaves, se pregunto una vez más que estaba haciendo y abrió la puerta. Tan derecha, tan bella, tan radiante, así se presentaba frente a sus ojos Sofía, llena de juventud sin preguntas, sin reproches, tan solo con una alegría incontenible, llena de una fragancia fresca y floral la misma que quedo en la piel de Helena después del largo abrazo con el que Sofía se consoló y agradeció la invitación.
La casa de Helena era pequeña pero increíble, bibliotecas abarrotadas de libros en todas las paredes, un ventanal que daban a un cuadrado verde con un pequeñísimo estanque contra la medianera donde Helena cuidaba con gran esmero flores de loto y nenúfares. Todo era perfecto a los ojos de Sofía, más de lo que ella había imaginado. Se volvió para mirarla una vez más, - ¿por qué tardaste tanto en llamarme? Te extrañe horrores, le dijo sin vacilaciones o miedos.
Llevaba un vestido verde como sus ojos, sencillo de esos que se anudan detrás del cuello y dejan la piel de la espalda libre a la imaginación de quien la profese. Zapatos bajos, Sofía no necesitaba de tacos. Helena en cambio llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca bordada otra de sus adquisiciones en Costa Rica. Llevaba el pelo recogido como siempre. No supo que responderle a Sofía y ella no la reclamo, se acerco a Helena que parecía no poder quedarse quieta arreglando lo que ya estaba perfecto. Ambas se encontraron en la mirada, Sofía alargó su mano y acarició la mejilla de Helena, la rodeo por el cuello y por su talle y la beso con intensidad. Recorrió su cuerpo con sus manos, soltó su cabello, tomo los brazos inertes y temblorosos de Helena e hizo que la rodease con ellos. Basto con sentir la piel de Sofía para que en Helena despierte a la pasión una vez más, acarició su espalda, su cuello, su rostro, la besaba y parecía que nunca se cansaría de hacerlo. Desato el nudo que sostenía el vestido dejando los pequeños pechos de Sofía libres de la tela que los envolvía. Los beso con ternura, los lamió con lujuria, los mordió con perversión. Escucho el quejido ahogado de Sofía pero ninguno de los dos cuerpos se movió, Helena hacía y Sofía la dejaba, se acomodaba a los deseos de las manos de Helena. Allí contra la pared como estaban ambas detenidas, seguían besándose frenéticamente, Helena comenzó a conducirla sin soltarla hasta la cama.
Sobre unas impecables sabanas blancas, Helena termino de quitarle el vestido, contemplo su cuerpo, deseo su cuerpo. Sofía tendió su mano para atraerla a la cama, cambiaron los roles, era ahora ella quien desvestía y devoraba el cuerpo de la otra. Se acomodaron instintivamente cada una en el sexo de la otra, cada una lamía, besaba y mordía el clítoris de la otra, cada una bebía sin detenerse la ambrosía de la otra, ambas gemían de placer, ambas se atrapaban entre sus piernas, entre sus brazos. Una madeja de manos, brazos, piernas, cuerpos, una pasión irrefrenable, el sol que también estaba presente en la piel de Helena, las flores en el perfume de Sofía, todo era embriagador, era otro espacio, era otro tiempo, era el tiempo de ellas.

sábado, 22 de agosto de 2009

Besos en la frente

No podía dormir, el fuego interno me abrasaba sin piedad, el fuego externo lamía mi piel. El recuerdo de las manos de mi Amo perduraba en mí. Él, sin embargo, dormía plácidamente, el verdadero descanso del guerrero que se hacía latente en esa cama de sabanas revueltas con olor a sexo.
Su pecho se movía pausadamente, marcando la profundidad de su descanso, me gustaba verlo, devorarlo con la mirada y sobre todo desearlo. Estaba boca arriba uno de sus brazos debajo de su fuerte torso, las piernas levemente separadas y su otro brazo extendido a lo largo de su cuerpo, su cabeza de lado, me miraba sin mirarme.
A un costado de la cama, sobre el pequeño sillón del cuarto, las sogas que él había usado conmigo el día anterior. No sé qué extraño impulso, o que deseo me invadió que de pronto me encontré tomándolas, en perfecto silencio, para usarlas con mí Amo.
Tome una y con mucho cuidado me arrodille en el costado de la cama. Deslicé la soga por debajo de su muñeca, la hice correr no mucho di varias vueltas con ella, un lazo sencillo y sin ajustarla la pase por el tirante de la cama, le di dos vueltas y con el extremo contrario repetí la operación con su tobillo. Terminado tan solo hice un nudo de una sola vuelta, tan solo para mantenerla sujeta. Tome otra de las sogas y repetí la operación con su otro tobillo. Un calor intenso invadía mi cuerpo, solo podía percibir el deseo que tenía de él, de su piel contra la mía, de su gozo producto de mi cuerpo.
El brazo que tenía debajo de su cuerpo se había transformado en un pequeño escollo, el cual decidí solucionarlo sencillamente pasando la atadura a la altura de su codo. No tenía la intención de inmovilizarlo, solo deseaba la sensación de poseerlo a mi antojo. No quería sentir poder ni dominio, quería hacerle sentir mi entrega total, manifestar físicamente mi adoración a su ser.
No podía pensar como tomaría él todo lo que estaba haciendo. Me justificaba mentalmente que todo era mostrarle que su placer era mi prioridad, sin él yo no podía experimentar el mío. Pero era consciente de mi egoísmo, deseaba todo el éxtasis que me producía ser de mi Amo.
Acabada mi discusión interna y las ataduras me situé en los pies de la cama, pero sin subir a ella, en cuclillas, con las manos apoyadas en el tirante, rocé con mis labios los pies de mi Amo, fui subiendo por sus piernas, al tiempo que iba incorporándome. Mis manos iban avanzando al igual que mi boca sobre su piel. Apoyada en la cama, las palmas sobre ella, los brazos flexionados, mi cuerpo iba cubriendo el de él. No despegue mi boca de su carne, iba ganado terreno, escuchaba como sus gemidos crecían en intensidad, sabía que ya había descubierto que estaba atado, pero nada dijo, sentía como se iba entregando a mi juego acomodándose para recibir aún más.
Estaba yo entre sus piernas, mis manos cada una en sendos costados de ellas, mis rodillas sobre el colchón, mi boca en su sexo, su sexo en mi boca, su ser entregado a mí y yo toda suya porque esa es la única forma en que consigo ser.
Lo lamía despacio, disfrutando su sabor, en círculos solo la cabeza, le pasaba la lengua, me erguí un poco y lo tome con una de mis manos acariciándolo con toda ella. Mi boca y mi mano trabajaban lentamente, sabía que era agónico pero deseaba tanto que aquello durase mucho. Me llenaba la boca, lo sacaba y lo lamía otra vez. Su turgencia no se hizo esperar, allí estaba, casi podría decirse que altivo, deseable y deseoso. Empeñada como estaba en complacerlo, lo coloque entre mis pechos, los tome entre mis manos y así lo mantenía allí al calor de mi cuerpo, me movía arriba y abajo sin que se salga de su prisión. Lo sostuve nuevamente con una de mis manos, duro como estaba, y acaricie mis pezones con él, los golpee con él, tal como mi Amo suele hacer conmigo.
Sentí, no solo como todo su cuerpo se despertaba, sino como se irguió, lo duro que se puso, más rico y jugoso. Lamía mis propios labios para no perder nada del delicado sabor que me ofrecía. Pase la lengua por sus huevos, detrás de ellos, besaba sus muslos, lo hacía desear mi boca. Esperaba su queja, su orden: nunca llego, solo sus gemidos, solo su cuerpo acomodándose para recibir más, no deseaba que acabase pero moría por sentirlo acabar. Volví a empezar, volví sobre mis pasos, deje de besar sus muslos para lamer su pene, volví a llenar mi boca con él, volví a montarlo con mi boca para sentirlo estallar en ella.
Mi vientre estaba contraído, mi sexo en llamas húmedas, mi respiración totalmente agitada, mi boca llena de mi Amo tan llena que sentí como su leche comenzaba a resbalar por mi garganta, tibia; espesa; mía, mis ojos fijos en su rostro para gozar de verlo gozar. El orgasmo que exploto en mi cuerpo fue intenso, erizo los finos vellos de mis brazos, me produjo un espasmo muy fuerte en mi vientre, sentía como el hilo de mi propio jugo corría por mi pierna. Entre en una agonía total, ambos habíamos acabado, yo me sentía radiante, satisfecha, me sentía tan suya. Él me tomo entre sus brazos, que sin el menos esfuerzo había soltado mis inexpertas ligaduras, tímida pero sin poder ocultar mi felicidad le pregunte si estaba enojado.
Se sonrió bello y generoso como es, me abrazo con una ternura embriagadora, me acuno en ellos, me envolvió en sus largas piernas, mi cabeza estaba sobre su pecho, y sin dejar de acunarme ni de sonreír me beso en la frente. Se acostó y yo con él así atrapada en las mejores ligaduras las de su cuerpo, y mientras me acariciaba el cabello y me arrullaba me dormí feliz, y él volvía a besarme en la frente.

domingo, 9 de agosto de 2009

El comienzo (final)

Me soltó de pronto y salió de mi boca. Me ordeno que me parase y que fuese hasta el escritorio que estaba frente al ventanal.
- Recostate boca arriba, me ordeno.
Obedecí en silencio, él tenía en su mano el extremo de la cadena de la correa que yo llevaba puesta. Me hizo acomodar contra uno de los bordes laterales, los brazos extendidos paralelos a mí cuerpo, las palmas de las manos pegadas a la superficie de vidrio, las piernas flexionadas y los pies apoyados en el borde.
Mi Amo rodeo el mueble quedando de frente a mí y me fue imposible adivinar que iba a darme una fuerte palmada en sobre la vagina. Hizo que juntase la las piernas, con las rodillas pegadas y que las extendiese hacia arriba y sin tener la menor idea de donde la había sacado, comenzó a golpearme con una especie de fusta ancha y flexible que parecía hundirse en mi piel. Quemaba, cada golpe que me daba me recordaba el dolor que alguna vez había sentido al quemarme con la plancha, el roce del calor y el dolor agudo, pero que al mismo tiempo era diferente ya que menguaba rápido.
No podía evitar aullar de dolor así que mi Amo optó por ponerme una mordaza que improviso inmediatamente. Yo tendía a bajar las piernas, así que trabo las muñequeras con una correa de cuero muy corta que tenía sendos ganchos en los extremos e hizo lo mismo con mis tobillos. Ato una soga en cada una de las correas lo que me volvía imposible bajar las piernas, salvo que me sentase, algo que mi Amo no iba a permitir.
El silencio con el que transcurría todo me estaba afectando, era peor que una lluvia de insultos, era como estar suspendida en la nada. Nada que confirmase que sencillamente era una putita que deseaba ser controlada sexualmente por su Amo, una sumisa, algo que jamás admitiría en voz alta.
Yo no podía dejar de pensar, de cuestionarme que hacía allí al tiempo que no deseaba estar en ningún otro sitio. Las contradicciones eran permanentes, los dedos dentro de mi vagina me devolvió a lo que pasaba en la sala, me estaba cogiendo con sus dedos con fuerza, me gustaba mucho aquello, me gusta que me cojan con fuerza, deseaba sentirlo a él dentro de mí. Pero mientras me cogía con una mano con la otra apretaba mis pechos, lo hacía con fuerza y al rato de hacerlo comencé a sentir el dolor que me provocaba.
Sentía que mis tetas se habían hinchado, no era real pero así lo experimentaba, era consecuencia de la presión que él ejercía sobre ellas con sus manos, los pezones estaban además de duros, muy sensibles a todas las maniobras a las que eran sometidos. No me daba tregua, estaba a punto de acabar y se dio cuenta, me dijo que no lo hiciese, inútil su indicación, quería explicarle que podía acabar muchas veces, que me pasaba siempre pero me era imposible con la mordaza.
Mi Amo alternaba sus dedos entre mi ano y mi vagina y no tardo mucho en notar mi facilidad para acabar. Soltó la soga que unía mis manos y mis tobillos, mis piernas casi que cayeron por la gravedad misma, me dolían, dejó que me recuperase mientras encendía un nuevo cigarrillo. Yo no me moví, él se acerco a mí, me miro y mientras me acariciaba las mejillas me preguntó si estaba bien. Asentí con la cabeza y tratando de dibujar una sonrisa ya que me había producido unos orgasmos maravillosos con sus dedos.
Se puso frente a mí y soltó la correa que unía mis tobillos y me ordeno que me bajase. Estaba de pie frente a él y note como mis piernas me traicionaban sintiéndolas flojas un largo instante. Soltó también mis manos solo que me ordeno que las pusiese en mi espalda y volvió a sujetarlas con la correa a la altura de las muñecas. Apago su cigarrillo y ya con las manos libres tomo con cada una de ellas una de mis tetas y las apretó con fuerza, soltó la derecha y le pego como si me diese un cachetazo y volvió a sujetarla con fuerza. Dejo que sus manos resbalasen hasta mis pezones y los jalo fuerte hacia él. Apoyo su palma completa en ellos y los aplastaba los atrapaba entre sus dedos abiertos como tijeras y los apretaba con fuerza. Me dolían, jamás me habían dolido así, era un dolor que me recorría todo el cuerpo y que me mantenía tensa frente a él. Seguía amordazada por lo que mis gemidos eras tenues por más que deseaba hacerlos fuertes, gritaba pero no servía de mucho. Me tomo con una de sus manos de la barbilla y me levanto la cara hacía él, me dijo que iba a tener que trabajar mucho si quería convertirme en una buena sumisa.
Me dio vuelta, tiro de la correa para que me acerque nuevamente al escritorio, tiro hacia abajo con ella para que me incline, con su mano en mi espalda me bajo hasta que mi frente quedo apoyada en el vidrio. Me recorrió la espalda con la mano, reviso la atadura de mis muñecas, hizo sonar la punta de la correa contra mi cuerpo dejando una línea roja en mi piel, me abrió más las piernas, sentí el frio de la cadena cuando la apoyo sobre mi espalda. Me ordeno que levantase los talones del piso y que no los bajase, me sujeto de la cintura, trabo sus manos en mi cadera y me penetro por la cola. Yo estaba excitadísima pero lo duro de su miembro me decía que él estaba tanto o más que yo. Me cogió mucho y fuerte, me costaba mantener la posición en especial los talones levantados, sentía sus embates contra mi cuerpo, su fuerza al penetrarme cada vez. No conseguía mantener mi frente contra el vidrio porque me golpeaba, gemía de placer, tenía la boca llena de saliva que se escurría por las comisuras, la tela con la que había improvisado la mordaza estaba empapada. Siguió cogiéndome con fuerza parecía no cansarse, hasta que ambos acabamos.
Describió como su leche resbalaba por mi sexo y goteaba en el suelo. Me levanto con la correa y con la mano sobre uno de mis hombros hizo una suave presión para que me arrodillase y me quitó la mordaza. Obedecí presintiendo lo que deseaba y no me sentía capaz de cumplir.
Mi Amo no dijo nada, sentía su mirada sobre mí, deseaba que se olvidara, casi prefería que volviese a tomarme de las tetas y a retorcerlas. El tiempo se había detenido y las decisiones estaban en mis manos, podía hacerme la tonta esperando que él me diese una orden o actuar complaciéndolo.
Me sorprendí a mi misma inclinándome contra el piso, pasando la lengua donde había goteado la leche de mi Amo. Lo hice a conciencia, lo hice eligiendo hacerlo, sentí la humillación de mi acto en mi cabeza y en mi carne pero también sentí un placer que no podía contener, lamí con ganas, con el culo bien paradito hacia arriba, con las manos atadas en mi espalda, controlada por la correa con la que mi Amo me sometía.
Avance apenas sobre mis rodillas, llegue hasta los pies de mi Amo, y los bese, jamás había hecho nada de lo que había sucedido en aquel departamento, pero en ese momento, en el que mis labios acariciaron la piel de sus pies supe que volvería a hacerlo y que ya no iba a temblarme la mano a la hora de tocar el timbre para ponerme en sus manos para sentir la humillación, posesión y sumisión a la que él me iba a someter.

sábado, 8 de agosto de 2009

El comienzo

Llegue al departamento sabiendo que en el momento que traspasase el umbral el que iba a transformarse en mi Amo iba a humillarme, controlarme y a causarme dolor. La 'B' en la puerta del 4º piso era la última barrera que tenía que franquear si quería experimentar el mundo que estaba explotando en mi cabeza. Toque el timbre y sentí como el temblor corrió por mi brazo hasta llegar a mi mano.
Escuche los pasos y el ruido de la llave al girar, vi como la puerta comenzaba a abrirse y percibí la luz del sol que entraba por las ventanas, esa era la última fracción de segundo que tenía para arrepentirme y correr escaleras abajo. Quedaba en evidencia con él, con mi Amo, pero si me arrepentía en ese instante tampoco habría otras ocasiones porque ya estaría segura que sencillamente no podía con este juego.
La puerta terminó de abrirse y yo no había corrido, estaba parada sobre el felpudo de bienvenida con las manos juntas aferradas a las correas de mi cartera, estática y helada. Trataba de contener todos los sentimientos y sensaciones que experimentaba al mismo tiempo. ¿Por qué deseaba ser humillada? ¿Por qué el dolor, cuál era la razón? No tenía ninguna respuesta, por tonto que resultase esperaba hallar algunas en ese lugar.
Parado frente a mí, mi Amo por las próximas horas me invito a pasar. Cerró la puerta tras mi ingreso, se aproximo y apoyo sus manos en mis hombros, me pregunto con esa sonrisa amable que ya había visto en su rostro en las charlas previas a este encuentro: - ¿estás segura de seguir adelante?
Sin dejar de mirarlo a los ojos asentí con la cabeza.
- Muy bien, respondió él, pero pongamos algo en claro, si pregunto quiero oír respuestas, ¿se entiende?
- Si, entiendo le respondí, más con vergüenza de la situación que por convicción.
- Es un juego, me dijo, un juego donde yo soy quien domina, a vos y a la situación.
- Comprendo, respondí.
Se ubico detrás de mí, y me ayudo a quitarme el abrigo, el que acomodo en el perchero del recibidor, tomo mi cartera y la dejo también allí. Recién entonces me indico suavemente que avanzase hacia el resto de la casa.
- Sé que es difícil, me dijo, pero intenta relajarte lo más que puedas. Y así como al pasar me contó algunos detalles de la decoración del living y del problema que tenía con las plantas del balcón, tonterías en tono gracioso que me hicieron reír y aflojar la tensión.
Cuando volví a mirarlo había dispuesto una silla en una esquina del comedor y me indico que me quitase la ropa. Yo llevaba una camisa blanca y me sugirió que la dejase para el final. Me quite los jeans y los acomode en la silla dándole la espalda, me quite el sweater dejándolo sobre los pantalones, me erguí nuevamente y gire. Iba a desabrochar entonces la camisa y me dijo que comience de abajo hacia arriba. Cuando llegue al último botón antes de desprenderla del todo me indico que me detenga. Se acerco, me miro, sentía su mirada como fuego sobre mi piel, sentí miedo, calor, vértigo, la humillación de ser vista como un objeto al mismo tiempo que experimentaba como mi sexo se despertaba, su débil latido, la humedad que se formaba, el cosquilleo en el vientre y el nacimiento de esa ansia conocido por ser penetrada.
- Termina de quitártela, fueron sus palabras y así lo hice. Tenía los pezones duros, cosa que notó de inmediato, cuando termine de desvestirme mi Amo rozo mi piel con las yemas de sus dedos, con una delicadeza que casi dolió por el placer que me produjo de inmediato.
Vestía de negro, tanto sus pantalones como la camisa y le sentaba de maravilla, zapatos de cuero bien lustrados y todo su aspecto era no solo prolijo sino atractivo por su simpleza. Sus manos grandes y fuertes que en algún momento caerían sobre mi cuerpo marcando mi piel, olía bien, a hombre, a ese hombre que siempre sabe dónde está su norte, su sonrisa era sincera y afable y su mirada penetrante. Tan aguda era la forma en que me miraba que me obligaba a desviar la mía sin lugar a quejas.
Camino hasta el sillón que presidía la sala, mientras que su voz me decía que me arrodille, se sentó y me indico con la mano que fuese hasta él. Apoye mis palmas en el piso y gatee hasta quedar frente a sus piernas. Allí quede esperando su próxima orden, en silencio.
En el brazo del sillón había varias correas y cuerdas que yo no había notado antes. Me puso el collar que tenía una cadena que la remataba un ojal de cuero similar a las correas para perros de ese estilo, abrocho sendas muñequeras las que tenían arandelas como para fijarlas en algún sitio. Paso el ojal de la correa por el brazo del sillón, era claro que aquello era un símbolo ya que no me aferraba de ninguna forma, se levanto y se fue. Yo tenía la cola apoyada sobre mis talones, apoye entonces las manos sobre los muslos con los dedos bien estirados, había leído en algún sitio que es una de las formas de aguardar mostrando sumisión.
Poco me tentaba tanto como darme vuelta y ver que estaba haciendo mi Amo y fue contra esa tentación que tuve que luchar y con toda la incertidumbre que me daba no poder verlo. Cerré los ojos y sin darme cuenta me estaba acunando esperando temerosa lo que seguía. Mi Amo reapareció sin pantalones y sin sus zapatos, llevaba la camisa totalmente abierta, dejando su pecho al descubierto, no se había quitado aún su bóxer también negro.
Volvió a sentarse en el sillón, se inclino un poco y me dijo que pusiese mis manos detrás de mi espalda, que sin levantarme me de vuelta dándole la espalda a él y que me incline hasta que mi frente toque el piso. Exactamente así lo hice.
La excitación que me produjo está sencilla maniobra me sorprendió tanto que por simple reflejo me toque con una de mis manos. El remate de la correa me recordó inmediatamente donde debía tener las manos y la devolví a mí espalda. Inquieta como soy no sabía cómo hacer para dejarlas quietas en una sola postura, si juntas a la altura de las muñecas, con las manos tomándome los antebrazos, sencillamente no lo sabía.
No pareció molestarle mucho mis vacilaciones a mi Amo, quien sencillamente estaba allí sentado con sus pies apoyados sobre mí traste. Escuche el chasquido del encendedor cuando prendió su cigarrillo y comenzaba él a sobarme con ellos, a hurgarme en las partes más intimas de mi cuerpo. Yo no podía dejar de repetirme -¿qué hago acá? Pero sentía como sus pies resbalaban por lo húmedo de mi vagina, estaba totalmente mojada.
Mi Amo me había aclarado en las charlas previas que para saber qué cosas me iban a gustar o no debía experimentarlas antes pero él también debía averiguar cuán duro podía ser conmigo. Yo había estado de acuerdo en esto ya que una de las cosas que buscaba era la incertidumbre de no saber que iba a pasar.
Yo estaba perdida en las sensaciones que me producían los pies de mi Amo, en las aclaraciones preliminares que sonaban en mi cabeza y estaba particularmente perdida en la percepción del tiempo que llevaba en esa posición. Así estaba cuando sentí como él empujaba con sus pies mis rodillas hacia los costados para que abriese más mis piernas.
Se escapo un gemido de incomodidad de mi boca. Las manos de mi Amo estaban abriéndome camino, el pulgar estaba en mi ano y el resto en mi vagina, seguía estudiándome, midiendo mis respuestas y enseguida noto que esto último me gustaba, mi cuerpo respondía enseguida contrayéndose aferrando dentro de mí sus dedos.
Los saco al poco rato dejándome una sensación de vacío e insatisfecha. Me tomo del cabello y me levantó jalándome de él, lo suficiente para introducirme su pene en la boca. Con su mano sostuvo mi cabeza mientras yo lo chupaba, sosteniéndome contra él por momento, y sintiendo yo que me ahogaba.
Él se paro sin soltarme el pelo haciendo que yo me incorpore a la par, pero de rodillas. Tiro mi cabeza un poco hacia atrás y golpeó mi cara con su miembro duro. Volvió a introducirlo en mi boca y manejaba el ritmo con la mano que tenía aferrada a mi cabeza.