domingo, 30 de agosto de 2009

Sofía

Sofía esperaba ansiosa que el reloj de su celular sonase diciendo que eran las 20 hs., significaba que ella podía salir al encuentro de Helena. Llevaba mucho tiempo sin verla, desde aquella noche en su departamento, llego a pensar que no la vería nunca más. Sin embargo, aquella mañana cuando sonó el teléfono y lo atendió sin fijarse quién era, sintió como se le había detenido el corazón ante la sorpresa de escuchar la voz de Helena al otro lado de la línea.
Helena había llegado el fin de semana de un congreso en Costa Rica, viaje que alargó esperando poder descansar en aquel país unos días, esas vacaciones que se prometía y nunca concretaba. El viaje se había transformado en una excusa perfecta para evitar con delicadeza a Sofía, aún no podía creer que ella hubiese tenido sexo con ella.
Se había jurado no volver a verla ni hablar del tema pero después de las corridas de los compromisos laborales no conseguía quitarla de su cabeza. No dejaba de ver su boca o sus inmensos ojos verdes y reprimía todos los impulsos que sentía por llamarla o aunque más no sea enviarle un mail.
Helena era una mujer solitaria, le gustaba su casa, sus libros y su música. Ella tenía toda la compañía que necesitaba, los clásicos que la comprendían siempre en todas sus derivas existencialistas, los autores latinoamericanos que mantenían viva su sangre revolucionaria, los malditos que despertaban sensaciones dormidas. Una larga lista de exploradores, magos, brujos, animales fantásticos y hombres y mujeres atormentados, felices o que desfallecían de amor, enfermedades exóticas o en mares que estaban invariablemente donde el mundo da la vuelta. Todos y cada uno de ellos estaban siempre presentes para ella, para consolarla o alegrarla. No se planteaba, hacía mucho tiempo ya, incluir a otras personas en su vida. No es que no tuviese conocidos o amigos pero la intimidad de sus días era algo que ya no compartía.
Llego a Buenos Aires después de disfrutar de la maravillosa exuberancia del paisaje de Costa Rica, su vegetación, sus playas, hasta el sol se sentía diferente y a pesar de haber disfrutado de cada instante no hubo uno donde no pensase que quizás con Sofía el disfrute hubiese sido diferente, no solo mejor, sino más intenso. Su esbelto cuerpo al sol, su piel dorada a la hoja por el astro, su cabello mojado, empapado en sal del mar. No podía apartar esas imágenes de su cabeza y así llenas de ella volvió con la firme intensión de llamarla.
Recién el domingo antes del mediodía Helena consiguió juntar las fuerzas y marcar el número de Sofía. Del otro lado una voz suave que tan solo dice - hola y ella responde con otro hola ahogado, pero suficiente para que Sofía la presienta y su voz cambie con matices de alegría que llegan hasta la piel de Helena. Cruzan breves palabras y Helena la invita a cenar, Sofía no le oculta la felicidad que siente de oírla, de saber que la verá.
Helena prepara cena, disfruta de cada detalle para la cena, las flores que alegran el departamento, y cocina con una sonrisa en su rostro que no puede ocultar. La piel le brilla por el broceado, el sol la había tratado bien a pesar de lo blanco de su piel. Estaba todo listo, hasta se dejo a mano un regalo que le había comprado a Sofía. Era un collar bellísimo que encontró en una pequeña feria de artesanos de Costa Rica, largo, ideal para su fino cuello, ese que ahora la boca de Helena ansiaba besar.
Con una puntualidad que solo podía ser calificada de inglesa sonó el timbre de la puerta, ni un minuto antes ni uno después del acordado, allí estaba ella con una botella de champagne en entre sus manos.
Helena toco su cabello nerviosa, giro las llaves, se pregunto una vez más que estaba haciendo y abrió la puerta. Tan derecha, tan bella, tan radiante, así se presentaba frente a sus ojos Sofía, llena de juventud sin preguntas, sin reproches, tan solo con una alegría incontenible, llena de una fragancia fresca y floral la misma que quedo en la piel de Helena después del largo abrazo con el que Sofía se consoló y agradeció la invitación.
La casa de Helena era pequeña pero increíble, bibliotecas abarrotadas de libros en todas las paredes, un ventanal que daban a un cuadrado verde con un pequeñísimo estanque contra la medianera donde Helena cuidaba con gran esmero flores de loto y nenúfares. Todo era perfecto a los ojos de Sofía, más de lo que ella había imaginado. Se volvió para mirarla una vez más, - ¿por qué tardaste tanto en llamarme? Te extrañe horrores, le dijo sin vacilaciones o miedos.
Llevaba un vestido verde como sus ojos, sencillo de esos que se anudan detrás del cuello y dejan la piel de la espalda libre a la imaginación de quien la profese. Zapatos bajos, Sofía no necesitaba de tacos. Helena en cambio llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca bordada otra de sus adquisiciones en Costa Rica. Llevaba el pelo recogido como siempre. No supo que responderle a Sofía y ella no la reclamo, se acerco a Helena que parecía no poder quedarse quieta arreglando lo que ya estaba perfecto. Ambas se encontraron en la mirada, Sofía alargó su mano y acarició la mejilla de Helena, la rodeo por el cuello y por su talle y la beso con intensidad. Recorrió su cuerpo con sus manos, soltó su cabello, tomo los brazos inertes y temblorosos de Helena e hizo que la rodease con ellos. Basto con sentir la piel de Sofía para que en Helena despierte a la pasión una vez más, acarició su espalda, su cuello, su rostro, la besaba y parecía que nunca se cansaría de hacerlo. Desato el nudo que sostenía el vestido dejando los pequeños pechos de Sofía libres de la tela que los envolvía. Los beso con ternura, los lamió con lujuria, los mordió con perversión. Escucho el quejido ahogado de Sofía pero ninguno de los dos cuerpos se movió, Helena hacía y Sofía la dejaba, se acomodaba a los deseos de las manos de Helena. Allí contra la pared como estaban ambas detenidas, seguían besándose frenéticamente, Helena comenzó a conducirla sin soltarla hasta la cama.
Sobre unas impecables sabanas blancas, Helena termino de quitarle el vestido, contemplo su cuerpo, deseo su cuerpo. Sofía tendió su mano para atraerla a la cama, cambiaron los roles, era ahora ella quien desvestía y devoraba el cuerpo de la otra. Se acomodaron instintivamente cada una en el sexo de la otra, cada una lamía, besaba y mordía el clítoris de la otra, cada una bebía sin detenerse la ambrosía de la otra, ambas gemían de placer, ambas se atrapaban entre sus piernas, entre sus brazos. Una madeja de manos, brazos, piernas, cuerpos, una pasión irrefrenable, el sol que también estaba presente en la piel de Helena, las flores en el perfume de Sofía, todo era embriagador, era otro espacio, era otro tiempo, era el tiempo de ellas.

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