jueves, 26 de febrero de 2009

El sillón orejón

Ya no oían si llovía. De fondo sonaba la voz de Tom Waits cantando Blue Valantines, dejando un halo de sensualidad creciente en el ambiente. Una vela que aún ardía distraídamente en la mesa, su luz jugaba a través del vino que aún guardaban las copas en su interior.
Ella estaba de rodillas frente a él, contemplaba su rostro lleno de satisfacción. Desde el sillón él la miraba sonriente. Está vez era él quien estaba a su merced. Ella disfrutaba del cambio de roles, se sentía plena en su femineidad, lo había visto gozar con ella.
Es hermoso verlo así pensaba. Buscaba las palabras que pudiesen manifestar lo que sentía en ese instante. Se dejo lleva por la música, después de todo había elegido ese CD entre muchos para compartirlo con él.
La maravillaba como él conseguía que cada vez que estaban juntos, cada una de ellas fuese especial y diferente a la anterior, a pesar de que era la misma piel, el mismo perfume, el mismo cuerpo, pero la palabra tiempo perdía significado cuando estaban juntos.
Ella, desde el almohadón que estaba a los pies del sillón donde él estaba, lo miraba arrobada. No podía dejar de hacerlo, algo extraño y magino le impedía dejar de hacerlo. Fijo su mirada en su boca que aun mantenía la sonrisa. Deseo recordar aquel pasaje de Cortázar.
Se irguió acercándose lentamente a él, coloco la punta de su dedo índice sobre su boca y comenzó a recorrerla. Quería recordar aquellas palabras pero no conseguía articularlas en voz alta.
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si salieran de mano…” Los fragmentos retumbaban es su cabeza pero no podían repetirlos. ¿Cómo era posible? Había leído ese párrafo cientos de veces, “como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar…”
Cuántas veces lo había leído, cuántas veces más desde el día en lo que había conocido, “hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara…”
Desde el primer encuentro en aquel sillón orejón ¿no había estado pensando que ese párrafo había sido escrito para él? “Una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara…”
¿No era esa la boca que ella deseaba? ¿No anhelaba sus besos, su roce, sus juegos? “Y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de a que mi mano te dibuja.”
Y allí la respuesta, Cortázar se lo había regalado en sueños y él, tan solo, lo hizo realidad con su magia. ¿No era acaso la página de Rayuela la que ella eligió para guardar el jazmín que él le regalo?

miércoles, 18 de febrero de 2009

Soñé que soñé con vos

Soñé que me dormía acunada por tus besos, por tus caricias que recorrían mi cuerpo, envuelta en tu calor.

Soñé como sin esfuerzo me acomodabas a tu gusto, mi cara sobre la almohada, el peso de tu cuerpo sobre el mío, tus dedos jugando sobre mi piel, tu boca susurrándome al oído.

Soñé que sentía como con tus piernas aprisionaban las mías, como flexionabas las mías siguiendo la forma que dibujaban las tuyas.
Tu mano se estacionaba en mis muslos aproximándolos a mi vientre.

Soñé que acurrucaba mis brazos contra mi pecho. Soñé que te dejaba hacer, jugabas con mi cuerpo como si tuvieses una muñequita entre tus manos.

Soñé que estaba como si fuese un bebé y vos te acomodaste sobre tu propio costado del cuerpo, tus labios, tu piel toda ocupaban cada centímetro de mi ser.

Soñé con tus manos tibias me invadían con suavidad, sin prisa, sin vacilaciones. Seguras, complacientes, derramando placer en cada uno de sus movimientos.

Soñé que me hacías tuya así, que rompías con todos los tabúes que invadían el aire de las buenas costumbres.

Soñé que me agitaba con vos penetrándome, que el fuego me quemaba, sentía el fluir de mi sangre, mi corazón latía en ritmo frenético invadiendo mi cabeza.
Su sonido me exaltaba, tu respiración jadeante me excitaba.

Soñé que gemía de placer.

Soñé que gemías de placer.

Soñé que soñé con vos

miércoles, 4 de febrero de 2009

Nuevos juegos

Había sido un día duro, como venían siendo casi todos sus días laborales. Pero estaba nublado y tenía ganas de relajarse. Tomo su celular y llamo, ansiaba una respuesta rápida y la obtuvo.
Para la alegría de ella usted vestía un traje negro que lo hacía más alto y varonil. Camisa blanca con los puños desabrochados y la corbata que asomaba de uno de los bolsillos de su saco. Ella rodeo su cuello con sus brazos y se dejo caer allí un instante mientras se llenaba de su perfume y el ritmo de su respiración.
El juego comenzó cuando sin dejarlo hacer mucho le quito el saco. Desabrochó uno a uno los botones de su camisa mientras besaba su pecho. Quizo usted mismo quitársela pero no le fue permitido, sentada a sus pies le quitó los zapatos y las medias. Subió lascivamente con sus manos por sus piernas, sus muslos y se detuvo en la hebilla de su cinturón.
Desabrocho el cinto, el pantalón y bajo el cierre, dejando que un encantador bóxer negro haga su aparición. Usted levanto un poco su cuerpo y ambas prendas le fueron quitadas al unísono. Era para ella un gran disfrute su entrega, para ese instante, ya casi total.
Ella volvió sobre sus pasos, usted sentado en el borde la cama, expectante. De pronto sintió su mano acariciando su espalda, la humedad de sus labios recorriendo su columna, de beso en beso; mientras lo despojaba de su última prenda, la camisa.
Le bajo con suavidad la cabeza y volvió a besarle su cuello y sus hombros, sus manos inquietas lo llenaban de caricias, jugaba con sus dedos en su espalda y en sus brazos, llegando hasta sus manos cuando usted se lo permitía. Siguió besándolo así volviendo varias veces, usando su cintura de límite, permitiéndole que sus ansias más ocultas, pero compartidas con ella, afloren lentamente.
Ella esperaba que sus fantasías se volviesen más fuertes, sólo para sentir el placer de cumplirlas, para verlo gozar, disfrute intenso de sus propias sensaciones. Le susurro que se acueste al tiempo que ella pasaba entre su brazo y se acomodaba entre sus piernas. No era lo que usted esperaba, pero relajado como estaba la dejo hacer.
Recostado boca arriba, sus piernas flexionadas contra el borde de la cama, sentía el piso bajo sus pies, ella arrodillada entre sus piernas, su cara hundida entre ellas, con su pene entre las manos y su lengua lamiéndolo lentamente. Llenando su boca con él, disfrutándolo, comiéndoselo muy de a poco.
Distrayendo su boca en sus muslos, pero sin que una de sus manos abandone su entrepierna. Lo recorre con la lengua, debajo de sus huevos, lo acaricia con los labios, hasta que su voz lo atrae nuevamente al mundo, y escucha que le pide que se de vuelta.
Una sonrisa estalla en su cara, sabe que al fin llega aquello que tanto desea. Se acomoda boca abajo, nuevamente las palmas de las manos de ella se adueñan de su piel. Lo recorre con sus labios hasta que se da cuenta que su cintura ya no es un límite, sino que ya está más allá.
Siente como acaricia su cola, la humedad de su lengua en las zonas más íntimas de su cuerpo. Insolente explora, lame, besa. Esta mareado de las sensaciones que se apoderan de su cuerpo, de sus sentidos. La mezcla entre entrega y rechazo a lo que le está sucediendo, curiosidad y ganas de que no termine. No sabe cómo va a terminar, trata de pensar que le gustaría pero el placer le gana. Sus manos, su lengua, su boca lo han invadido todo.
Mientras intentaba pensar, ella lo había acomodado de tal forma que podía acceder tanto a su cola como a su pene y de pronto se dio cuenta que ella iba y venía entre sus piernas. Sintió esa pequeña resistencia que se genera naturalmente cuando ella comenzó a jugar con la punta de su dedo, mientras su boca abarcaba todo su pene. Duro como estaba era fácil sostenerlo en la boca, yendo y viniendo a placer, mientras su dedo seguía el mismo ritmo.
Dejo que acabase en su boca, sin dejar de mirarlo, su cara traslucía todo el placer que ella misma sentía en ese instante. Sabía que su mirada, su mueca, sus manos sobre la piel de ella, todo ello la representaba tan bien como a él mismo. La beso largamente, en un beso maravilloso, repleto de sensualidad y pasión animal.