lunes, 12 de enero de 2009

Calor II

La luz tímidamente comenzaba a filtrarse entre los pliegues de la cortina, a pesar de ello, en el dormitorio aún predominaba la penumbra. Estaba inquieto, hacia demasiado calor y el corte de luz había afectado el funcionamiento del aire acondicionado. Ella de espalda dormida no parecía afectada por el calor de ese amanecer.
Se sentó en el borde de la cama mientras la miraba dormir, su respiración tranquila y pausada, el cabello alborotado sobre la almohada, tan quieta. Noto que en algún momento cuando el corte de luz había cesado con el funcionamiento de la refrigeración, agobiada pero dormida, se había quitado la parte superior de su pijama.
Su cuerpo vulnerable a las caricias se ofrecía tentador, pero dudo que hiciesen efecto con ella tan dormida como estaba. Contra sus principios, tentó a sus suerte, apoyo suavemente una de sus manos sobre esa piel que cada día le era más familiar, más suya. No estaba listo a renunciar, por lo que comenzó a acariciarla, recorría las formas de su espalda con las yemas de sus dedos, creyendo sentir como comenzaba a estremecerse con su contacto.
Siguió con las caricias, sus manos iban desde sus hombros hasta la cintura de sus shorts, estos obstruían el mágico fluir y no quería que nada estropee ese instante. El calor del cuarto se percibía, pero la atmósfera había cambiado, él estaba plenamente consciente de su propia excitación.
Ella no parecía acusar recibo de la dulce y delicada labor de sus manos, las cuales estaciono maliciosamente sobre su generoso traste. Se distrajo pensando que quizás a ella no le guste ese pensamiento sobre sus formas. Sus manos por su propia inercia siguieron su camino a lo largo de las piernas, absorbiendo el calor de sus muslos, volviendo hasta la cintura. Volvió a la parte más alta de su cuerpo que se ofrecía sin resistencia y con uno de sus dedos dibujo sobre ella una línea que la dividía en dos. Siguió el curso que la naturaleza le proponía hasta que su mano descanso en el remanso que se forma entre su torso y sus piernas.
Ambos cuerpos acusaban la misma temperatura, el aire se hizo más denso, su respiración se agito levemente pero ella seguía inmutable, tan dormida, -¡cómo era posible! Coloco una de sus manos paralela a su entrepierna y comenzaba a explorar los nuevos territorios cuando se dio cuenta que precisamente allí había un núcleo de calor, de calor húmedo y perfumado. De pronto como si abriese un frasco lacrado pudo percibir el anhelo de su sexo, tardíamente comprendió que ella se había despertado con el primer contacto de sus manos, pero allí había quedado rendida a los deseos de las manos de su conquistador, presa y predador, pero una presa dispuesta a prestar batalla y un cazador aficionado a ganar.
Dejo que él se adueñase de su cuerpo, dejo la despojase de la única prenda que la vestía, dejo que sus brazos la aprisionen, dejo que el peso de su cuerpo la inmovilizase. Ella intento moverse con falsas promesas de placeres orales pero la sangre de él hervía en su cuerpo, sus partes habían alcanzado su esplendor y ahora exigía su satisfacción.
Alargo una de sus manos obligándola a pegar su rodilla a su vientre, en tanto que con una de sus piernas entre las de ella la obligaba a separarla un poco más. Le susurraba palabras al oído, ella peleaba por liberar aunque más no sea sus manos, pero no podía; él podía abarcarla y dominarla por completo.
Sin atender a sus reclamos acaricio lo que se ofrecía entre sus piernas, su pene erecto ansiaba penetrarla. Uso la humedad que ella producía para lubricar sus dedos que penetraron sin vacilaciones en el más oscuro de sus deseos, abría el camino para la conquista total, allí donde el mástil de su estandarte iba a ser clavado. Su marca de propiedad, amo y señor de esas tierras.
Ella jadeante, hechizada por su dueño, dispuesta a la entrega total de su cuerpo en su favor, agonizaba de placer tan solo con el roce de los cuerpos, y de pronto experimento el calor del fuego interno que provenía del cuerpo invasor. La había penetrado, el ritmo era intenso, no podía contener los gemidos, sentía lo duro que estaba su pene, como la poseía frenético y apasionado, único dueño de la situación. Sentía como la invadía ya no de a poco sino que con cada embestida le recordaba que era suya.
Ella sintió que moría y volvía a nacer, dentro de ella algo crecía hasta estallar, la colmaba, la llenaba, la inundaba. La hacía sentir plena, feliz, el orgasmo había sido intenso, familiar, tan nuevo, tan pleno; fue tan perfecto y tan agotador que ninguno de los dos pudo moverse, así los atrapo la mañana uno y otro conformando uno solo, en la agonía de la hoguera que siempre se producía entre sus cuerpos cuando estaban juntos.

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