lunes, 2 de marzo de 2009

Noche de calor

Estaba ella de espaldas, desnuda y profundamente dormida. ¡Hacia tanto calor! Era extraño que no lo escuchase llegar. Retornaba él de una emergencia, la que lo arranco de su lado. Con cuidado de no perturbarla se quedo mirándola desde el umbral de la puerta del dormitorio.
Se quito los zapatos, desabotono su camisa y el pantalón evitando que la hebilla del cinto delatase su presencia. Se quito toda la ropa dejándola hecha un lío sobre la silla, ya tendría tiempo de ordenarla por la mañana.
Se acerco al borde de la cama, como quien asecha a su presa, y dulcemente la destapo, la recorrió con su mirada. Allí estaba ella, tan quieta, tan dormida, solo su respiración producía un leve movimiento en su cuerpo. Se sentó, le corrió el cabello dejando su espalda completamente descubierta. Las piernas de ella apenas separadas lo invitaban a que una de sus manos se deslizara entre por ese corredor que se formaba libre de obstáculos para él y cuya meta era su sexo.
Se acomodo sobre su costado izquierdo, rozo apenas su sexo y sintió el estremecimiento del cuerpo que lentamente se amoldaba a su propio cuerpo, a su mano que elegía las formas.
La acariciaba, subía y bajaba con las yemas de sus dedos sobre esa piel que exhalaba el perfume de un sexo que comienza a encenderse.
Ella seguía los juegos de sus manos con estremecimientos cada vez más profundos y compulsivos a pesar de seguir imbuida en el sopor de su sueño. Él dueño del placer de ella y del propio, gozaba con solo mirarla. La iba abarcando con sus grandes manos, haciéndola girar, jugando entonces con sus pezones hasta sentirlos duros y turgentes. Deseaba que se despierte para hacerle el amor, pero tampoco quería romper el hechizo, era el encantador y su música era el motor de ese cuerpo que se agitaba pleno de excitación.
Pronto sintió las manos de ella en su propia piel, el reclamo de su boca. Salía del sueño pero entraba en otro, él la besaba mientras enterraba los dedos en su cabello, sus lenguas buceaban en la boca del otro. La sujeto con fuerza, mientras que, con la espalda totalmente apoyada en la cama, la colocaba sobre sí.
No dejaba de besarla, en la boca, cuello, hombros, ella experimentaba la atracción que ejercía el cuerpo de ese hombre que allí la tenía atrapada. La gravedad estaba funcionando en esa cama y ellos eran el centro de esa energía.
Sin saber el instante exacto él la había hecho suya, la poseía con fuerza, con un ímpetu embriagador. Se unió a la fiesta de su propio cuerpo, se unió al ritmo que el imprimía con sus manos apresándola desde la cintura. Le susurro cuanto le gustaba.
Se olvido del maldito calor, se deshacía en gotas de sudor que estallaban contra la piel de él, sentía la humedad de su sexo, el semen que la llenaba, sentía el estallido del placer en su propio cuerpo, sintió el estallido del cuerpo de él, sintieron ambos el placer del gozo de los cuerpos, del contacto de poseerse para ser por unos largos instantes uno, tan solo uno.

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