domingo, 4 de octubre de 2009

Hechizo

Se sintió ese ruido tan particular que hace el corcho cuando sale del cuello de la botella. La destreza de tus manos para la operación, precisas e intuitivas, conocedoras y prácticas.
El vino en las copas; de fondo Little Wing en las cuerdas de Jimi Hendrix; las luces tenues pero suficientes para no perdernos de vista; sin confusiones; sin adivinanzas, puro disfrute.
Invitación maliciosa y placentera, piel y perfume. Las bocas ocupadas la una en la otra; tu calor unido al mío; los cuerpos juntos; las respiraciones mezcladas pero igualmente alteradas por la proximidad.
Tus manos inquietas y ansiosas, cómo explorador en territorio nuevo pero conocedor de la naturaleza, intrépido en tus recorridos; curioso y demandante, al tiempo que generas en mi cuerpo un placer sin fin.
Implacable en tus arrebatos, pasional y animal, dulce y perfecto. Así transcurren las horas, la música que va variando, con un ritmo acorde al momento que parece, casi calculado.
Ceremonia compartida por cientos a lo largo del universo, respiraciones entrecortadas en otras camas, corazones palpitantes en el piso de arriba, jadeos y susurros que oyen miles de oídos, cuerpos envueltos en placer absoluto, vivido con igual intensidad a lo largo de la historia del hombre mismo.
Así en ese arrebato de cientos de pieles sudorosas y hambrientas del cuerpo del otro, con la memoria inscripta en nuestras pieles de deseos de otras vidas, los satisfechos y los insatisfechos, de esa forma nos lanzamos a reconocernos, a conocernos una y otra vez, cuidando instintivamente la magia de la sorpresa, del estremecimiento por el simple contacto de las pieles.
Mis manos te recorrían sin cansarse de conocerte, de sentir el placer del calor, tu perfume, tus gemidos en mi oído, el calor de tu aliento en mi mejilla, tus dedos resbalando en la humedad de mi sexo. Tu sexo duro contra mi pelvis, desafiando al tiempo, a la resistencia natural de tu propio ser.
Yo lista para recibirte, casi en agonía, en la dulce agonía de saber lo que me aguarda y saber que cada vez es diferente, es más intenso, más fuerte, que mi entrega es más pura, que cada vez soy más tuya, casi que en esos momentos somos uno solo sin dejar de ser cada uno. Nos envuelve el vapor que hemos generado, te siento dentro de mí, tu ímpetu, tus ganas, veo a través de tus ojos, escucho con tus oídos, mi piel es la tuya, tus ganas y tus ansias son las mías y de pronto veo que tus ojos son los míos al igual que tus oídos, tu piel, tus ganas y tus ansias.
Con los espíritus mezclados, con el tiempo detenido, con el espacio lleno de vacío y el vacio lleno de nosotros, dejamos que las respiración vuelva a ritmo, que cada uno aspire su aire, que el corazón deje de galopar en nuestros pechos para volver al paso conocido, siento tu cansancio imbuido en el mío, tu cabeza en mi pecho, mis brazos acunándote, el arrullo de tus besos en mis pechos, la caricia suave de tu rostro en mi piel.
Y con las notas de Love for sale saliendo de la trompeta de Cole Porter nos vamos dejando arrastrar por el sueño, ese que deja una sonrisa en nuestros labios, que repara ese cansancio extraño que produce el placer, con las pieles aún afiebradas, mi cabello revuelto en la almohada y los cuerpos destinados a otros encuentros en tanto perdure el hechizo que los unió.

2 comentarios:

  1. Y ese ritual tan antiguo y hermoso perdura hasta hoy, en cada rincón del mundo habrá alguien disfrutandolo, excelente relato, felicidades

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  2. Poco que comentar, más bien mucho para leer.
    Buenas las letras Candy.
    Saludos,
    Jorge

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