sábado, 23 de noviembre de 2013

El trompetista (parte II)


Tenía las palmas juntas, de cuclillas, frente al sillón donde él estaba sentado. Él estaba envolviendo sus manos con una cinta, la mitad sobre el canto superior de ellas, la cruzó bajo el canto inferior, hizo un lazo, lo ajusto y llevó el extremo derecho a la muñeca derecha y allí la ato. Repitió la operación con la muñeca izquierda, enrollo la cinta en sí misma dejando una estrecha separación entre ambas muñecas y remató la atadura inmovilizando sus pulgares. Cuando termino no quedaba nada de cinta.
Ella sólo vestía una tanga y sus zapatos, de acuerdo al deseo expresado por él a su arribo. La hizo ir hasta el sillón de tres cuerpos que estaba frente al que él estaba ocupando. Le indico que se arrodillase en él, justo en el medio, mirando a la pared. Ella pudo observar que había dispuesta una cuerda de algodón anudada en su punto medio a un mosquetón. Vio que los extremos de la soga aparecían sobre los apoyabrazos del sillón. Obedeció sumisa. Él pasó el mosquetón por la cinta que unía sus muñecas, lo aseguro. Rodeo el sillón sin dejar de mirarla, noto como la respiración de ella se agitaba con cada uno de sus movimientos.
Ella llevaba las uñas pintadas de las manos y de los pies del color exacto que él había sugerido en su último encuentro. Le agradaba ver que ella cumplía con la infinidad de caprichos que iba manifestando entre cita y cita. Tiro de los dos extremos de la soga obligándola a colocar sus antebrazos sobre el respaldo del sillón, volvió a tirar hasta que sus manos quedaron mirando el piso. Hizo que separase el torso y las rodillas del respaldo, posición que adoptó instintivamente como respuesta al tironeo ejercido por él.
La tomó por su tobillo derecho, mezquino cuerda, lo rodeó con ella y ato. La obligaba a abrir aún más sus piernas, hizo lo mismo con el izquierdo. Aunque quisiese no podría cerrarlas. La posición se había tornado incómoda pero desde que ella había accedido a estos juegos ninguna posición en su comienzo había resultado placentera. Este llegaría en cuotas, todas ellas con pequeñas dosis de dolor, estaba aprendiendo a jugar y estaba aprendiendo a disfrutar.
Llevaba su largo cabello atado en una cola, sintió el roce del cuerpo de él detrás del suyo, la mano izquierda de él apareció apoyada en el respaldo del sillón, la derecha la asía de su pelo obligándola a tirar su cabeza hacia atrás. Así paso su lengua por el rostro de ella produciéndole una sensación inmediata de rechazo, casi de asco. Sin darle oportunidad a que diga nada introdujo dos dedos de su mano izquierda en su boca, aflojando la tensión con la que la mantenía hacia atrás. Ella comenzó a chuparlos como si fuese su pene, él corría su mano hacia abajo si ceder en soltar el cabello. Ella por más que intentaba no llegaba y él la azuzaba al oído diciéndole -¿Qué pasa, no queres?
Acercó sus dedos nuevamente a su boca y aflojo la tirantez de su cabello. Él se levantó del sillón y se colocó donde sabía no entraba en el reducido ángulo de visión que ella podía tener de la sala y encendió el equipo de música, sonaba Milestones.
La música era el único sonido en la habitación, y a ella le llenaba el cuerpo. Escucho como él servía alguna bebida, reapareció a su vista con el vaso en la mano, mirándola. Parecía estudiarla, buscaba sus debilidades, le encantaba mirarla de esa forma. Cómo ella iba ruborizandose hasta que las mejillas le ardían de calor, cómo dejaba de sostenerle la mirada, bajaba sus ojos; miraba el piso e iba girando la cabeza en sentido contrario a él. Él sin embargo, seguía allí rodeando el sillón, dando pequeños sorbos a su bebida absorto en la contemplación de la vergüenza de aquella mujer atada a su sillón. Le complació llevarla hasta ese extremo, lo excitaba maravillosamente pero se cuidaba de decírselo, no quería que ella superase ese estadio, al menos no por ahora, la hacía más vulnerable a sus juegos. Así se quedó largo rato, tan solo observándola, dibujando con sus dedos en su piel, la acariciaba cada tanto, sacudía una palmada cuando iba con la música ese sonido tan propio de la mano que cae hueca sobre el cuerpo de otro. No había intención de dolor, solo de ese sonido tan particular.
Volvió a su sillón, desabrocho sus pantalones y comenzó a complacerse mientras la contemplaba, ella intentó girar su cabeza y él sin elevar la voz pero con tono firme y claro le ordenó que no lo hiciese –no te des vuelta, dijo seco.
El tiempo transcurría lentamente, en silencio, solo las notas cadenciosas de la trompeta y el saxo llenando la cabeza de ella. Se preguntaba qué hacía él, cuanto más así, sentía el roce de las prendas entre sí, sintió el ritmo y comprendió que en ese instante ella solo era un accesorio en el placer de él. Quería ella sentir aquel miembro erecto y duro que ya conocía y deseaba en su interior.
Él la sorprendió en sus pensamientos penetrándola con mucha fuerza, a pesar de casi no haberla tocado ella estaba tan excitada que la sorpresa la transportó a sensaciones cada vez más placenteras. Sintió casi enseguida el primer orgasmo, ya llegaba un segundo pero de pronto él no estaba dentro suyo. No podía creer que fuese tan mezquino con su placer. Él parado frente a ella tomándola nuevamente del cabello le llenó la boca con su pija y allí acabó sosteniéndosela hasta que ella terminó de tragar.
Ella estaba entre furiosa e insatisfecha, mientras que él mostraba una sonrisa que le ocupaba toda la cara. Ella le pidió que la desatara que estaba incomoda y deseaba irse ya. Él sencillamente le dijo que no. – ¿Por qué no?, replicó ella. No hubo respuesta, al menos no audible.
Luego de un largo rato y entendiendo él que debía educarla, sencillamente le respondió – porque lo digo yo…
-Es tiempo que comiences a entender que en este juego yo soy el que manda y que vos lo único que debes hacer es obedecerme y complacerme.
Mientras le dirigía estas palabras la azotó, esta vez realmente con ganas dejando su blanca piel tan colorada como un tomate maduro.
Así como lo había dejado se le transformó en más apetecible que al comienzo de la noche, experimento la erección que se apoderó de su miembro, la resistencia natural del ano de ella cuando la penetro, el placer del cuerpo de ambos, la forma que en que ella se posicionaba para que su pene la penetrase profundo, la súplica de que no se detuviese.
Acabo dentro de ella, había escuchado cuando también ella lo hizo. Se acercó su esclava y le preguntó si había comprendido la explicación anterior, ella asintió con la cabeza exhausta. Él la tomó de los pezones jalandolos con mucha fuerza y repitió la pregunta ya impaciente por la desobediencia. Ella respondió con un –sí Señor, comprendí.
La miró preguntándose entonces porque no respondía, porque siempre la misma desobediencia, ella adivino lo que él pensaba y le dijo: - me gusta desobedecer.
Así satisfecho la desató mientras le decía cuánto le gustaría verla con uno de eso collares con correa que le había mostrado en las fotos. Ella sintió que el vello de la piel se le erizaba de excitación ante la imagen de sí misma postrada al final de la correa que su Amo sostenía pero no estaba segura de concretarlo, no le terminaba de agradar todo lo que ello significaba.

2 comentarios:

  1. Así como tú eliges relatar desde un lugar, yo elijo ubicarme del otro lado, y observo que cada palabra describe la tensión entre el pánico y el deseo, que serán lo mismo al final, o se parecerán mucho. Así como ella se somete sumisa a él, tú te sometes a ella, la intepretas, la sientes y describes cada sensación como si fuese propia. Desconozco si el boceto previo tiene versión en papel, pero de haberla puedo imaginar el surco del trazo del bolígrafo en el cuaderno, como el del filo de una cuchilla recorriendo su piel. La de ella sí, pero que también es cada vez más vuestra piel.

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    1. Gracias por el tiempo dedicado, es una cálida caricia para mí.

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