sábado, 9 de noviembre de 2013

El trompetista (parte I)

Estaba sentado en una banqueta alta, tocaba su trompeta, ella lo escuchaba arrobada desde uno de los almohadones que estaban dispuestos en la pared opuesta. Los sonidos de la guitarra desgarraban el alma de los que escuchaban pero cuando la trompeta se unía a la fiesta de las notas, la música se tornaba dulce y melancólica. Había una gran cuota de seducción en la forma en que arrastrada los sonidos y de pronto los soltaba para compartirlos.
Él la había notado desde que ella entró en la sala. No pasaba desapercibida, no porque fuese particularmente bonita, sino por sus formas, sinuosa y provocativa, su vestido era largo con un escote sugerente y calzaba unas bellas sandalias que dejaban asomar sus lindos pies entre las tiras que las componían.
Terminada la sesión de música se apuro para presentarse, deseaba conocerla. Tomo manos, agradeció halagos y escucho sin prestar atención a los comentarios sobre la presentación, moviendo la cabeza y haciendo que prestaba atención de cuanta palabra le dedicaban.
La vio, tomaba su abrigo, -¿por qué se va tan pronto?, se preguntó desconcertado. Estaba atrapado en el mar de gente que llenaba la sala. El humo de los cigarrillos había coronado la atmósfera con una delicada nube que olía a tabaco y calor humano.
Consiguió zafarse y fue tras los pasos de ella, no llegó muy lejos, la encontró enseguida, había salido a fumar y conversar con algunos conocidos. Él encontró entre quienes la rodeaba una cara familiar, no recordaba su nombre pero lo miro con una sonrisa de amigos de toda la vida y el otro respondió alargando su mano para saludar.
Se presentó solo, no quería que las oportunidades se le escapen de la mano, y le dedicó un largo beso en la suave mejilla de ella.
Tan solo una hora después se iban juntos a tomar algo y seguir conversando.
Sintió la caricia de la cuerda de algodón sobre la piel de su muslo. Experimentó como este se unía a su pantorrilla. Las mismas sensaciones en su otra extremidad. Quedó arrodillada sobre la cama, muslos y pantorrillas sujetas. Él la tomó de la cintura, y la ubico cerca del borde de la cama, del lado de los pies. Le quitó el vestido por la cabeza, agarró sus brazos y se los cruzó siguiendo la línea de sus hombros. Ato su muñeca derecha en el listón izquierdo de la cama y la izquierda en el derecho. Una cuerda más siguió las formas de sus brazos ocultando sus codos.
Sus ataduras eran limpias, precisas, funcionales, poseían una bella estética, porciones de piel coronadas por las cuerdas nuevas, suaves al tiempo que fuertes y seguras. Las había elegido negras para que contrastasen con la blanca piel de ella. Él sin decir palabra continuaba ocupado en los detalles, le vendo los ojos, levantó la tijera que descansaba en el primer cajón de la cómoda y dejó que el frío del acero roce su piel agitando su cuerpo.
Podía percibir el miedo de ella, su temblor, como reprimía los gritos que delataban su pánico. Corto sin vacilar su corpiño en tres partes, cada bretel y el último corte lo práctico entre sus pechos. Ella se agitó inquieta, hundida en la oscuridad de su venda, sintiéndose acechada e indefensa.
La mano de él recorrió la redondez de su culo, seguía su forma en una caricia, subía por su espalda, sin prisas. A ella le comenzaba a molestar la postura, la inmovilidad de sus extremidades, incómoda y dolorida, privada de la vista, temblando y devorada por un instinto animal que la invadía, deseando que él la tomase.
Perdida completamente en sus miedos y sensaciones, un sonido limpio y picante sobre la piel la trajo nuevamente a la cama donde se hallaba atada. Él había dejado caer su mano pesadamente sobre su culo, ella dejó escapar un fuerte grito, la palmada había sido más ruido que dolor, pero sentía como su corazón se descontrolaba. Él sencillamente respondió dejando caer su mano en el mismo sitio.
Le acarició la espalda hasta el cuello, corrió su mano hacia el costado de su cuerpo, deslizó sus dedos por su seno izquierdo, jugó con su pezón hasta ponérselo duro, entonces lo presionó con fuerza entre sus dedos; sin soltarlo y sin contemplar las quejas de ella. Subió a la cama, soltó el pezón, se paro frente a ella, llevaba los pantalones desabrochados, su miembro casi erecto. Con su mano tomo su rostro, por debajo de la barbilla, indicándole que abriese su boca. Ella obedeció sin cuestionar la orden, él introdujo una porción de su pene y con la mano libre la sujetó del cabello. Empujaba su cabeza rítmicamente, lentamente iba completándole la boca. Así lo hizo hasta que sintió la desesperación en ella seguida de espasmos que le producía aquella maniobra, la falta de aire, sentirse ahogada y sin poder rechazar la situación. Para ese instante él estaba pleno pero había decidido darle largas al asunto. Bajo de la cama por el lado derecho, repitió el juego con el pezón, recorrió la espalda en sentido contrario descendiendo nuevamente hasta su culo.
Se colocó  detrás de ella, le abrió las piernas, acarició su sexo a través de la única prenda que vestía su cuerpo, su mano hizo sonar nuevamente su carne. Ella gritó, él casi en un susurro le indicó que no lo volviese a hacer, dejando caer al mismo tiempo su mano sobre su cuerpo, siempre en el mismo sitio. Ella aulló y se quejó del dolor, él con el cuerpo en ángulo respecto de ella, azotó nuevamente dejando la estampa de su mano en su blanca piel.
Arranco la bombacha, e introdujo dos dedos en su vagina, ella estaba muy húmeda, excitada, sentía la mezcla del placer con la vergüenza de aquella situación. Allí atada a merced de un hombre que había conocido unas horas antes y que la arrojaba a un mundo de sensaciones y vértigo que desconocía por completo. Los gritos que arrancó de ella ahora eran de placer, iba a acabar cuando él retiró los dedos. Le pidió más pero no hubo respuesta, no sabía dónde estaba, o que hacía, ya no tenía el contacto de su mano ni siquiera fustigándola. Ese instante se le hizo eterno, estaba sola y abandonada a su propia merced, iba a gritar cuando sintió sus labios pegados a su oreja preguntándole si ya estaba lista para el próximo nivel.
Antes de poder responder, él había desaparecido. No oía su respiración, no sabía si se había marchado dejándola allí. Cuando volvió a sentir su presencia fue como sentir una estampida dentro de ella, No le quedaba claro si solo habían sido uno minutos u horas, pero él la tomaba con fuerza, empujaba frenéticamente dentro de su culito. Con las manos la sujetaba con fuerza de la cintura trayéndola más y más hacía él.
Bajo la intensidad y la penetró por la vagina, mientras lo hacía introdujo su pulgar en su ano que movía cuando su propio ímpetu se lo permitía, Ella gemía de placer, la escucho acabar a su propio antojo, dejándose él también llegar a su propio orgasmo.

Volvió al costado de la cama y mientras le acariciaba el cabello le pregunto: -te das cuenta que desde ahora me perteneces; a lo cual ella con lo último que quedaba de sus fuerzas presa aún de las ataduras, de la oscuridad y del pánico, solo se limitó a responder: -Si Señor.

1 comentario:

  1. Otro sugerente relato que en sus puntos suspensivos dice casi tanto como con las palabras. Como aquel otro que me atrajo al blog, una nueva ceremonia de iniciación, en este caso desprevenida y no pactada. Que apenas se trate de la primera parte, coloca al trompetista (o quien con las palabras dirija sus movimientos) en el desafío de estar a la altura en los siguientes encuentros.

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